Ya en la calle el nº 1039

Dorantes derrochó identidad en una noche protagonizada por el piano

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

“Se trata de abrir los cajones de la existencia y sacar los recuerdos de mi vida y volverlos a revivir”. Con esta frase Dorantes mostraba momentos previos al inicio de su concierto en el Festival Internacional del Cante de las Minas lo que significaba para él su cita con La Unión en esta gira ‘Identidad’. La magia brotó anoche de las manos de un pianista que tocó las emociones como si de las teclas en blanco y negro de su instrumento se tratase, derrochando sensibilidad en un lugar que fue una de las primeras paradas tras lanzar su primer disco Orobroy.

Con la responsabilidad y la ilusión a partes iguales, Dorantes salía a un escenario abrigado con un piano, fusionándose en uno para recorrer sus raíces y recuerdos a través de las notas. Con rondeña ‘La Hazaña’ hacía referencia a su primera niñez en Lebrija y sus aventuras en bicicleta, descubriendo poco a poco nuevos caminos. Y tras un primer momento de intimidad entre músico y piano, empezaba a sonar “Yo te diré por qué mi canción te llama sin cesar / Me faltan tus risas, me falta tu boca, me falta tu despertar” de ‘Los últimos de Filipinas’ en la voz de Pedro ‘El Granaíno’, la colaboración especial que iba a engrandecer la noche del pianista de Lebrija.

La identidad pasaba a ser también cosa de dos, subrayando momentos de su vida y mostrando un simbolismo único. El sonido fue adquiriendo cada vez más dramatismo, mayor intensidad, mayor pulso. Jugaba así el espectáculo a alternar la intimidad de Dorantes con el quejío del cantaor.

Se trasladaba con la música a su pueblo natal de Lebrija, recordaba a sus mayores, su familia, los cantes y las fiestas. Por alegrías, volvió a aquel momento en el que entró su padre por la puerta con un piano de pared, una vieja pianola de caoba del 19 que dio la vuelta a su vida, que hasta ese momento estaba dirigida por una guitarra. En ‘El paso’ la seguiriya se hacía presente para hablar de la convivencia entre el conservatorio y el flamenco, para irse por tangos y recordar después la ciudad y sus gentes.

Si ya emocionó con sus canciones Dorantes, el cierre de la noche remató el sentimiento en Maquinista de Levante: sonaron las notas de Orobroy, esa melodía nostálgica que traslada y que cala, traspasando las capas de la piel y haciendo que la identidad de Dorantes dejara de ser solo suya, para ser parte de todos.

 

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