Ya en la calle el nº 1040

Doña Concha

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/C.O. de la región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz.
La historia de Doña Concha es una más de las de tantas mujeres que vivieron y sufrieron la Guerra Civil y sobrevivieron a la Posguerra con el heroísmo de quien defiende, en solitario, a los suyos, de los desastres que la acosaban.


Nacida en la localidad extremeña de Campanario en 1897, Dª. Petra María de la Concepción Martín Osorio recabó en Caravaca al concluir la Guerra Civil, acompañada de su madre y sus tres hijos, teóricamente viuda, a la búsqueda del amparo que no encontró en la familia de su marido. Era maestra, había contraído matrimonio en 1930 en la localidad burgalesa de Pereda Cornejo con Francisco López Fernández, reconocido activista de ideología izquierdista y origen caravaqueño, con quien vivió el período bélico en Burgos, desde donde aquel partió al exilio en la última oportunidad que tuvieron para salir por Irún quienes temían por su vida al concluir la contienda.
En Caravaca fue destinada como maestra nacional a la entonces Escuela Graduada de Niñas Santa Teresa, ubicada en el viejo caserón edificado por la familia Muso Muñoz de Otálora en el S. XVII en la C. de Las Monjas (Entonces Queipo de Llano), hoy conocida como Casa de la Cruz. Al llegar alquiló un piso desvencijado en la C. Balazote, obteniendo años después una de las denominadas Casas Baratas de reciente construcción en el Camino del Huerto y segunda fila de éstas (entonces Vera Cruz 16, y hoy Halcones Negros).
Los comienzos no debieron ser nada fáciles. La familia caravaqueña del marido, a cuyo amparo se vino desde Peñalsordo de Buey donde sobrevivió dando clases particulares, no la atendió como ella esperaba. Además, siendo la viuda de un activista de izquierdas no estaría bien vista por el grupo social vencedor en la guerra, entonces muy significado, y para colmo habría de sufrir la depuración que la mayor parte de los maestros sufrieron en nuestra zona geográfica.
A Francisco, su esposo, lo dieron por muerto, por lo que, tras años de penuria económica, había conseguido una pensión de viudedad que le fue reclamada por el Gobierno cuando se comprobó que estaba vivo, auque no podía regresar a España, lo que hizo oficialmente a partir de 1975, aunque a escondidas estuvo viniendo anteriormente como ahora veremos.
En las Graduadas de Santa Teresa, cuya dirección estuvo encomendada durante muchos años a Dª. Ascensión Rosell, coincidió con maestras tan emblemáticas como Dª. Dolores Plaza, Dª. Maravillas Marín Fuentes, Dª. Isabel Calderón, Dª. Esperanza Marín y Dª Delfina Clemente entre otras, cumpliendo horario de mañana y tarde al que se añadían clases vespertinas de labores femeninas tales como coser, bordar, y primores domésticos como el ganchillo y el fribolité, a las que acudían voluntariamente las chicas de la localidad con interés por aprender manualidades que, para muchas de ellas, más tarde se convirtieron en profesión. Aquel espacio docente también se denominaba Escuela Hogar, siendo algunas de las actividades mencionadas organizadas, dirigidas y financiadas por la denominada Sección Femenina del Movimiento.
Doña Concha, al terminar cada día su dilatado horario laboral, acudía a domicilios privados para impartir lo que entonces se denominaba clases particulares, entre otros a los del veterinario Desiderio Piqueras y del alcalde Manuel Hervás, como apoyo al aprendizaje de sus respectivas hijas. Tras las horas extras atendía a sus hijos, les ayudaba en las tareas escolares y juntos (como tantas familias hacían en la época referida, cuando aún no había llegado la señal de la TV a la vida de los ciudadanos), rezaban el Rosario cada tarde.
Con motivo de un desgraciado accidente de bicicleta, su hijo mayor, Manuel, perdió uno de sus brazos, lo que motivó la primera presencia de su marido en Caravaca, a escondidas, refugiándose en una propiedad familiar en la zona huertana de La Vereda, donde era atendido por el mediero de la finca, conocido popularmente como Juan, el de la Vereda. Manuel residió habitualmente en la ciudad francesa de Toulouse donde trabajaba la tierra, viniendo ocasionalmente a Caravaca, siempre de incógnito, hasta que pudo hacerlo libremente tras la muerte del General Franco
Siempre vestida de negro (costumbre habitual entre las mujeres de cierta edad, bien por alguna promesa contraída en guerra, o por los largos lutos que entonces se llevaban), se le recuerda como una mujer entregada a su trabajo y a sus hijos, de rostro envejecido a causa del sufrimiento; de costumbres austeras relacionadas con su profesión y devociones religiosas (como la Adoración Nocturna y la Orden Tercera Carmelita), con pocas amigas fuera de la vecindad y ordenada en su vida y comportamiento.
Para ayudarse económicamente y sacar a los hijos adelante, tuvo en su propio domicilio una pequeña granja donde criaba, para el consumo doméstico, alguna que otra gallina que proporcionaba carne y huevos a la alimentación familiar.
Como tantas otras familias caravaqueñas de la época, acudía durante las noches de verano, a una de las tertulias callejeras donde se disfrutaba del fresco estival nocturno, tertulia que se reunía bajo el porche del chalé del ya citado veterinario Desiderio Piqueras, a la que también acudían otros vecinos del Camino del Huerto.
La jubilación le llegó pasada la edad reglamentaria, en la escuela graduada donde siempre ejerció el Magisterio, siendo objeto de una calurosa despedida homenaje no sólo de sus compañeros y compañeras de profesión, sino de un nutrido grupo de antiguas alumnas que siempre la recordaron como buena maestra, luchadora, metódica, trabajadora y exigente.
Tras la jubilación marchó a Murcia al amparo de su hijo Manuel, funcionario municipal desde la época como alcalde de la capital de Ángel Fernández Picón. En Murcia falleció en 1996, con casi cien años de edad y serios problemas en la vista, de un derrame cerebral; y en Caravaca, a pesar del tiempo transcurrido desde su partida, son muchas las hoy venerables madres de familia, que la recuerdan agradecidas, y no sólo por lo que de ella aprendieron, sino por el ejemplo que de ella recibieron.

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