Ya en la calle el nº 1037

Don Vicente Pla

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JOSÉ ANTONIO MELGARES

Otro de los profesores que nos legaron su saber a muchas generaciones de estudiantes de la Comarca Noroeste y lugares limítrofes a ella, durante muchos lustros a lo largo de un período muy importante del pasado S. XX fue Don Vicente Pla Guerrero, quien en su especialidad de Química Orgánica no sólo fue un sabio sino que supo transmitir conocimientos de manera amena y asequible, virtudes propias del verdadero maestro.

Don Vicente nació en 1921, en la murciana calle de Santa Teresa, siendo el mayor de los cuatro hijos fruto del matrimonio entre Francisco Pla y Rita Guerrero. Cursó el bachiller en el instituto Alfonso X el Sabio de la capital, siendo alumno de maestros tan recordados como D. Francisco Morote, D. Rafael Verdú, D. Juan Díaz Terol y D. Luís González Palencia entre otros, a quienes siempre profesó reverencial devoción. Tras el bachiller curso los estudios de Ciencias Químicas en la facultad de esa especialidad, en la Universidad de Murcia, teniendo como profesores a D. Francisco Sierra y a D. Antonio Soler, de quien fue ayudante al terminar la carrera, y en cuyo departamento trabajó durante dos años.

Llegó a Caravaca, con 24 años, requerido por D. José Moya para regentar provisionalmente el Colegio Cervantes mientras éste hacía las preceptivas prácticas de las denominadas Milicias Universitarias, en 1945 quien, al regresar le ofreció la posibilidad de permanecer en el centro docente como profesor de Física y Química, integrándose en el claustro de inmediato y alojándose en casa cedida por la familia de su novia, en la C. de las Monjas.

Conoció a quien con el tiempo sería su mujer, cuando ella sólo contaba con 17 años, en una fiesta en el Frente de Juventudes, que el lector entrado en años recordará abría sus puertas a la Pl. del Arco, sobre el Bar Los Yemas. Hasta allí llegaron despistados, una tarde, tres solteros de oro de la época, compañeros de trabajo ellos: D. Blas Rosique, D. Arturo Valenzuela y él mismo, encaprichándose de ella, con quien contrajo matrimonio nueve años después, en 1959. Ella era Dolores Sánchez-Ocaña Navarro, con quien trajo al mundo a sus dos hijos: Miguel Ángel y Rita, estableciendo el domicilio familiar en la ya citada C. de Las Monjas, donde la familia residiría durante gran parte de su vida

D. Vicente siempre vivió por y para sus alumnos. Resumía en apuntes los libros de texto, apuntes que ilustraba con problemas que preparaba personalmente en las largas horas transcurridas en el despacho de su casa, en donde prácticamente hacía la vida.

Al horario laboral en El Cervantes seguía el de clases particulares en su propio domicilio, actividad en la que invertía las épocas vacacionales, sobre todo las estivales, puesto que nunca fue partidario de las vacaciones, permitiéndose sólo en dos o tres ocasiones estancias temporales en Valencia.

Al reorganizarse como centro de educación secundaria el Colegio de Monjas de la Consolación (entonces en la C. Puentecilla, frente al fotógrafo Martínez), aceptó la dirección docente del mismo, simultaneando horario, como el resto de los profesores, en el Cervantes de la carretera de Moratalla, y Cervantes de la Consolación. Allí coincidió con monjas muy recordadas entre las alumnas del centro, como la M. Carmen, la M. Rosario o la M. María.

Fumador empedernido de tabaco negro, lo hacía con pipa o en puros, hábito que abandonó cuando él mismo se lo propuso sin que nadie le obligara a ello. Asiduo a las playas de Mazarrón, hasta allí se desplazaba los domingos de verano, acompañado de la familia, utilizando los coches de que dispuso, primero un SEAT 600 y después un SEAT Ritmo, al que sucedió un Renaul 8 consecutivamente, que conducía gracias a las enseñanzas que le impartió su amigo el relojero Casimiro Domaica.

Tras cerrar el Colegio Cervantes en 1975, obtuvo plaza en el colegio Ruiz Mendoza de Murcia, un centro docente para huérfanos de militares ubicado en el Barrio de Las Atalayas, donde hoy se encuentra el Hotel Nelva, en el que coincidió con el entonces también profesor del mismo Ramón Luís Valcárcel Siso. Allí impartió las asignaturas de Física y Química y Matemáticas hasta su jubilación, a la edad reglamentaria, en 1986. Durante sus años de estancia en Murcia la familia estableció el domicilio familiar primero en la Gran Vía y luego en la C. de Floridablanca, aunque el verano siempre lo pasaron en su casa de Caravaca.

Aficionado a las quinielas, aunque no tanto por el acierto de los resultados sino por la obtención de una fórmula matemática que no llegó a encontrar, solía compartir sus pocos ratos de ocio con sus alumnos mayores. Muy cuidado en su indumentaria, vestía impecablemente trajes siempre cosidos por el sastre Amadeo Caparrós, en la C. Mayor.

Diabético desde hacía años, su fallecimiento se produjo a consecuencia de un infarto agudo de miocardio, en el verano del año 2000, habiendo visto casados a sus hijos y conocido a sus cuatro nietos, así como haber tenido la satisfacción de asistir a la dedicación de una calle dedicada por el Ayuntamiento a su persona, en barrio de reciente roturación urbanística en Caravaca.

Su aspecto bonancible y afable, siempre dotado de bigote, de carácter flemático y muy ordenado en su comportamiento, inspiraba confianza en sus alumnos, muchos de los cuales muestran aún orgullosos una pequeña mancha en la piel de uno de sus brazos, producida mediante la aplicación de una pizca de ácido sulfúrico en el laboratorio de prácticas, para que comprobasen personalmente el peligro del mismo. Su frase preferida, antes del comienzo de un examen escrito, acabó haciéndose lapidaria: a quien pille copiando lo piso…lo arrastro, pero eso nunca se produjo.

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