Ya en la calle el nº 1040

Don Ezequiel

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES

En Caravaca, durante los años que hemos con
venido en denominar la víspera de nuestro tiempo, y que constituye el ecuador del pasado S. XX, habían veinte maestros, cinco en cada una de las cuatro escuelas graduadas con que contaba la ciudad: Isabel la Católica en la C. de Teatro (luego Casa Parroquial), Santa Teresa en la C. de las Monjas (hoy Casa de la Cruz), El Salvador en Queipo de Llano (hoy Alfonso Zamora) y La Santa Cruz, en Poeta Ibáñez.

Uno de los maestros que en el último centro citado enseñó las primeras letras y dio los primeros consejos a varias generaciones de caravaqueños, durante treinta años consecutivos, fue Don Ezequiel Moreno Martínez, quien llegó a las tierras del Noroeste Murciano casualmente, desde un pueblo de Galicia, por ser lo más cercano que geográficamente pudo obtener, en Concurso General de Traslados, de su tierra de origen: Galera, en la provincia de Granada.

Don Ezequiel nació en la localidad granadina mencionada en 1908, en el seno de una familia de seis hermanos, en la que se aceptó sin reservas su vocación de maestro manifestada ya en la adolescencia. Estudió Magisterio en Granada y obtuvo su primer destino, tras ganar las correspondientes oposiciones, en un pueblecito de la provincia de Orense donde pudo haberse afincado de no haber sido por la nostalgia que sentía por su tierra sureña, bañada continuamente en sol y de horizontes amplios y despejados.

En cuanto pudo abandonó Galicia, obteniendo plaza, también por concurso, en Cehegín, donde ejerció durante años y hasta fue concejal con el alcalde Gaspar Muñoz. Aquí conoció a quien sería su primera esposa Manuela Espinosa, oriunda de Santomera, con quien contrajo matrimonio en 1934. En Cehegín nacieron los tres primeros hijos: Paquita, Manolo y Jesús; y ya en Caravaca, a donde se trasladó el matrimonio (en virtud de concurso de méritos similar), en 1943, con Manuela encinta de Pepe, nacieron este último y Charo.

En Caravaca D. Ezequiel estableció el domicilio familiar en la C. del Poeta Ibáñez, muy cerca del centro de enseñanza donde ejercía su profesión, aunque pasado el tiempo, aquel se trasladó a la actual C. del Escritor Gregorio Javier (entonces de Ródenas y antes de Melgarejo), siendo vecino del procurador Emilio Sáez, de los hermanos Mora y de su colega y amigo del alma Enrique Richard. Allí vivió la familia hasta que, en 1959 falleció Manuela (con cincuenta y dos años). Posteriormente contraería segundas nupcias con otra compañera de profesión: Joaquina Cortés, fijando nueva residencia en la C. Nueva.

En el edificio que albergaba el grupo escolar La Santa Cruz, en la ya mencionada C. del Poeta Ibáñez, tuvo por compañeros a Pilar Oliva (que se ocupaba de los párvulos), Francisco de Haro, José María García Sandoval y Pedro Luís Angosto, en el tradicional horario de 9 a 12 y de 3 a 5, de lunes a sábado (salvo los jueves en que no había clase por la tarde. Recuérdese que durante la Cuaresma, la vacación de la tarde del jueves se pasaba a la del viernes, para que los niños, con sus familias, pudieran asistir al MISERERE, que se celebraba en El Castillo y al que otro día me referiré). Muchos estudiantes de entonces recordarán que incluso los domingos había actividad escolar, que se reducía a recibir a los niños y niñas en las escuelas, acompañarlos, en ordenadas filas a la Iglesia del Salvador y asistir allí a misa de once (la de los niños), en espacio eclesial donde cada escuela tenía su espacio reservado por la costumbre. La eucaristía solía celebrarla el arcipreste, Tomás Hervás, cuyas homilías eran temidas por el auditorio infantil por la duración de las mismas. Al concluir la misa, la chiquillería se dispersaba en la puerta de la iglesia y los veinte maestros solían proceder a dar un paseo por la plaza del Arco, que a veces se prolongaba hasta la aún niña y despoblada Gran Vía.

Las vacaciones estivales de D. Ezequiel y su familia eran de obligada y esperada presencia en Galera, donde contaban con una casa cueva, de las tan demandadas ahora como alojamientos rurales, donde no era necesario el aire acondicionado en verano, ni la calefacción en invierno.

D. Ezequiel, paralelamente a su impecable actividad docente, compatibilizó ésta con su adscripción a la Rama de Hombres de la entonces archiconocida Acción Católica. Fue miembro de la Secretaría Parroquial de Caridad (que posteriormente, y hasta hoy, se denomina Cáritas), que entones presidía Ángel Blanc y Perera; y tuvo tiempo hasta para ser concejal de todo, siendo alcalde Manuel Hervás Martínez.

Casados los hijos y solos en Caravaca, Don Ezequiel y su segunda esposa Joaquina, pensaron fijar su residencia en la Alameda de Colón y luego en la Colonia San Buenaventura de Murcia, en 1964, incorporándose aquel al colegio Andrés Baquero de la Capital, donde se jubiló hacia 1973.

D. Ezequiel murió en Murcia en 2001, con noventa y tres años, tras haber recibido, en 1998 el homenaje familiar de sus hijos y nietos con motivo de su noventa cumpleaños, fecha en que se le dedicó, por la familia, un entrañable opúsculo (que el cronista ha tenido en sus manos), en que se narran los principales momentos de su vida.

A D. Ezequiel se le recuerda con inmenso cariño y no sólo en Caravaca sino también en Cehegín. Hombre afable, de aspecto y actitud bonachónas y dotado de excelentes condiciones para la docencia. Eficaz colaborador en aspectos de la vida local de muy diversa naturaleza. Volcado con la familia, en la que con grandes sacrificios invirtió la mayor parte de su tiempo y también de su economía. Sus alumnos de entonces, respetables abuelos de hoy, a pesar de su ya prolongada ausencia de Caravaca y también de la vida, conservan el imperecedero recuerdo que sólo los grandes dejan en este mundo.

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