Ya en la calle el nº 1041

Don Alfonso Zamora

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Vera Cruz

Hubo un tiempo, hasta los años del ecuador del S. XX, en que, como recordarán nuestros lectores, no había hospital comarcal, ni ambulatorios de la Seguridad Social, ni siquiera Seguridad Social. La salud individual se atendía en la consulta privada de los médicos y en el domicilio particular del enfermo cuando éste no podía trasladarse a aquella. Era muy frecuente encontrarse con los médicos y practicantes (hoy ATS) de un lado para otro, maletín de curas en mano, haciendo la calle y sudando la bata blanca, a pie hasta que D. Faustino optó por la moto Guzy (EL NOROESTE de 2. XII.2006) y D. Alfonso por un ciclomotor ciclostatic de los de entonces, muy útil para desplazamientos urbanos.

Diputado de la Cofradía de la Cruz
Diputado de la Cofradía de la Cruz

Fue la época de los cuatro médicos: D. Ángel, D. Faustino, D. Martín y D. Alfonso, quienes atendían todo y a todos, pues aunque hubiera otros, éstos eran considerados especialistas (caso de los Dres. Robles, Parra y Cesar León; aquel oftalmólogo y estos otorrino y tocólogo respectivamente), quienes por las características propias de las patologías de sus pacientes las atendían en consulta.

Don Alfonso Zamora Samper llegó a Caravaca en 1935 fruto de la casualidad. Había nacido en Mazarrón el 16 de julio de 1911, segundo fruto del matrimonio formado por Francisco Zamora (juez de profesión) y Rigoberta Samper quienes, además de D. Alfonso trajeron al mundo otros dos hijos: Francisco y Bernarda.

Por cercanía geográfica hizo el bachiller en Cartagena, y el curso preparatorio a la Universidad en Murcia, pasando después a Barcelona donde cursó la carrera de Medicina, especializándose en Pediatría. Estudiante aprovechado y aventajado, se costeó sus propios estudios a base de vender los apuntes que tomaba en clase a compañeros que no solían asistir, y de obtener gratuidad en la matriculación de asignaturas, en las que sistemáticamente sacaba Matrícula de Honor. Hizo las preceptivas prácticas profesionales como alumno interno en el Hospital Clínico de la Ciudad Condal y concluyó su formación científica con 21 años.

En su juventud
En su juventud

Durante las prácticas médicas, en el citado Hospital Clínico, sufrió una complicada pulmonía en cuya convalecencia se le aconsejó alejarse de la humedad barcelonesa y buscar un lugar de clima más seco y por tanto más apropiado para su salud. Fue entonces cuando un amigo, de apellido Rosique, estudiante de Farmacia y oriundo de Calasparra, le aconsejó Caravaca, localidad de la que nunca había oído hablar y que hubo de buscar en el mapa para su localización geográfica. A D. Alfonso lo que más le gustó al localizar Caravaca en la cartografía utilizada, es que estaba cerca de Lorca, donde vivía una guapa y alegre muchacha, que había conocido en Mazarrón, cuyos ojos negros no le dejaban conciliar el sueño por las noches.

Se instaló en Caravaca alquilando una casa en el número 8 de la calle Domingo Moreno, a los padres de Dorita Torrecilla, donde instaló la consulta y el domicilio familiar cuando contrajo matrimonio, en 1937, con la lorquina de sus sueños: Soledad García Sánchez. La boda fue en Caravaca, en la capilla privada del sacerdote D. Tomás Hervás que éste tenía en su casa de la C. Mayor, a escondidas, pues estaba prohibido el matrimonio religioso por el gobierno de la República.

Muy pronto movilizaron a D. Alfonso, teniendo que incorporarse al frente de guerra, primero en Barcelona y luego en Zaragoza, siempre como médico militar. Durante su estancia en Barcelona pudo llevarse consigo a su mujer, Soledad, estableciendo el domicilio familiar a las afueras de la ciudad, en la barriada de Las Tres Torres,donde nació la primera de sus hijas: María Teresa. Tras la guerra la familia regresó a Caravaca y mismo lugar urbano de donde partieron, hasta que en 1954 adquirió,y obró, la casa en la C. Quiepo de Llano 11, que ocupó hasta su muerte. La cual, pasado el tiempo, y ya durante la Democracia, cambió aquel nombre por el actual, que no es otro que Dr. Alfonso Zamora.

En aquel definitivo lugar D. Alfonso instaló la consulta en la planta baja y el domicilio familiar en la principal; y allí atendió a muchos miles de niños de varias generaciones, a quienes nos sacó adelante para la vida con profesionalidad, cariño, eficacia y algo de mal genio cuando nuestras madres no cumplían, como él aconsejaba, el tratamiento a seguir. Cuando se jubiló, su fichero de enfermos contenía 30.000 fichas, que cariñosamente conservó su heredero profesional Domingo Aranda Muñoz, actual alcalde local.

En su consulta de Queipo de Llano se instaló el primer aparato de Rayos X por una empresa de Valencia, y siempre se vio ayudado por su eficaz colaborador Bernardo Robles, a quien ayudó a conseguir el título de Practicante (hoy ATS).

Don Alfonso, durante años, al igual que los demás profesionales de la medicina local, trabajaba 24 horas diarias, ya que la enfermedad de los pacientes no siempre se presentaba en horario laboral. Las llamadas y avisos se producían muchas veces durante la noche, y no sólo en la ciudad, sino también en los pueblos del campo, a donde se desplazaba enfundado en un largo abrigo durante los fríos del invierno, primero en un coche balilla y luego en un Gordini hasta que optó por el taxi. Tenía una iguala, cuya cantidad hoy nos parecería irrisoria, que cobraba por meses o trimestres, encargándose de ello primero Bernardo y luego Fernando el de la Vaca.A veces, sobre todo en el campo, le pagaban en especie, a base de trigo, huevos o animales de corral.

Hijo Adoptivo en 1982
Hijo Adoptivo en 1982

A pesar de lo esclavo de su profesión D. Alfonso tuvo tiempo que dedicó al servicio de la sociedad local. Coherente con su ideología y principios políticos fue Teniente de Alcalde durante el último mandato, como Alcalde, de José Luís Gómez. Diputado en la Junta Representativa de la Cofradía de la Cruz que presidió, como Hermano Mayor, el Marqués de Alhucemas entre 1968 y 1972, y tercer Presidente del Bando Cristiano (tras Juan Aznar y Manuel Hervás), durante los años 1966,67 y 68, lo que la valió la obtención del escudo de Oro del Bando, al que en el comienzo de la reconversión de la Fiesta, en 1959, aportó a su propia hija Mari Sol como primera Reina Cristiana de la actual Era Festera Caravaqueña. El Pueblo de Caravaca, agradecido por su entrega, le nombró Hijo Adoptivo en 1982 y le dedicó una calle que permanece en la actualidad.

Poco amigo de bares y cafeterías, sí que cultivó la amistad con un grupo de amigos entre los que se encontraban el recaudador de Hacienda Carlos Oliva Llamusi, el exalcalde Manuel Hervás, el registrador Enrique Bergón, el notario Juan Arroyo y Mario Moreno entre otros, reuniéndose a cenar, semanalmente, en el domicilio de cada uno de ellos.

Don Alfonso se jubiló profesionalmente en 1965 habiendo conocido el primer ambulatorio de la Seguridad Social, instalado en los bajos de la iglesia de la Compañía durante años. Sin embargo no abandonó el ejercicio libre de la Medicina hasta que le fallaron las fuerzas físicas. A partir de la muerte de su esposa, el 2 de mayo de 1978, permaneció voluntariamente sólo en su domicilio, cuidando con mimo las rosas de su jardín, para que la primera cosecha de cada año sirviera de particular homenaje de cariño a la Stma. Cruz cuando, cada tres de mayo, pasaba la procesión por su casa. Entonces, siempre fiel a la cita, las ofrecía en bandeja de plata a la Patrona, acto que llevó a efecto hasta su muerte, ocurrida el 25 de septiembre de 1998

El recuerdo físico de D. Alfonso, permanece en la memoria de muchos caravaqueños como uno de los iconos locales de gran parte del S. XX. Su abnegado servicio profesional y su aspecto elegante, jovial, agradable y nervioso, le hicieron no pasar desapercibido en nada ni a nadie. El instrumental médico de su consulta fue a parar a un lugar de misiones, donde de seguro fue tan útil como lo fue para los caravaqueños que tuvimos la suerte de ser sus contemporáneos.

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