Pedro Antonio Hurtado García
A mucha gente indolente, de forma incívica y violenta, le ha dado por derribar, en el mundo, esculturas simbólicas del pasado o representativas de personajes históricos.
No quieren darse cuenta de que, por mucho que destruyan, no pueden cambiar la historia: Colón, existió; Franco, también; la Guerra Civil, se produjo; el Muro de Berlín, se construyó y, luego, fue derribado; el hombre, viajó a la luna; la Alemania nazi dejó un reguero de extremismos incontrolados y brutales al mando del dictador Adolf Hitler; América se descubrió, para unos, porque, para otros, ya existía y estaba allí, en su lugar de siempre.
Es parte de la historia, con los acontecimientos que han adornado el paso de los años. Unas veces, con violencia y desmanes. Otras, con satisfacción y alegría, según el curso de los tiempos y la predisposición de quienes asistían a aquellos eventos que jalonaban la historia, algo tan respetable como imposible de cambiar.
Resulta inadmisible, inaudito, insólito y hasta monstruoso, que grupos de radicales, nostálgicos del pasado y enamorados de lo difícilmente repetible, se empeñen en intentar reconstruír la historia a su imagen, semejanza y criterio, sin reparar en el daño cultural, monumental, artístico, económico y social que cometen.
Surge la llamada “memoria histórica”, que tampoco une a los pueblos especialmente. Pero sufrir las atrocidades de quienes persiguen una historia “planchada” a su acomodo, sin darse cuenta de que las arrugas talladas, en la memoria social y en los registros literarios, resultan “implanchables” e imposibles de alisar, complica desmedidamente las cosas, porque la historia es la que fue, es y será. ¿O debemos destruír, también, las pirámides de Egipto, porque se construyeron al dictado de los faraones?. Buenos días.