Manuel Moyano
Como tantos forasteros procedentes de otros rincones de España, cuando me mudé a la Región de Murcia conocía de ella poco más que el Mar Menor y esa nebulosa entidad llamada “la huerta”. Fue por mi amigo Javier Egea –con quien compartía piso en el barrio San Antolín de la capital– por quien tuve noticia por vez primera de las tierras del Noroeste. Él era (o es) de Bullas, y me llevó a conocer distintos lugares de su pueblo y de Cehegín.
Descubrí así un paisaje de montañas ásperas, castillos de color ocre, campos de almendros, laderas boscosas y pueblos detenidos en el tiempo, un paisaje donde el agua era más pródiga de lo que cabía esperar. De algún modo me recordaba a otras latitudes de la Península –concretamente, a mi amada Castilla– y me dejó prendado desde el principio.
Ya casado con Teresa y establecido en Molina de Segura, seguí frecuentando el Noroeste murciano de distintas formas. Conocí, por ejemplo, a escritores nativos de la comarca, como Luis Leante y Miguel Sánchez Robles (de Caravaca de la Cruz) y Pascual García (de Moratalla). Una vez di una charla sobre literatura en el Instituto Oróspeda de Archivel y descubrí así ese topónimo no oficial (Oróspeda) que designa al conjunto de tierras montañosas y poco pobladas que administrativamente ha sido repartido –de forma artificial– entre Murcia, Almería, Granada, Jaén y Albacete.
En Caravaca he presentado libros junto al editor de Gollarín, Francisco Marín. De Caravaca es Jesús López García, cuya obra he leído con fruición y me parece un hermoso canto a ese mundo rural en vías de extinción que aún no ha desaparecido del todo en estas tierras (eso es precisamente lo que me gusta de ellas). Me he alojado en Benizar, en Inazares, en la Puerta de Moratalla. He recorrido en bicicleta la Vía Verde desde Molina de Segura hasta Caravaca de la Cruz. He paseado por las Fuentes del Marqués y por el Estrecho de Bolvonegro. Me he bañado en el Salto del Usero y en pozas menos conocidas del río Mula.
He escrito junto a Juan Antonio Moya Sáez “La Vereda de Poniente”, libro en el que redescubrimos el trazado de la antigua vía pecuaria que, atravesando el Noroeste, llevaba de Santiago de la Espada a Murcia. He subido dos veces a la cima de Revolcadores. He fotografiado las famosas plantaciones de lavanda del Campo de San Juan en compañía de Manuela Sánchez. He ido de tapas por las viejas y empinadas callejuelas de Cehegín. He asistido al encuentro de cuadrillas de Barranda y a los Caballos del Vino en Caravaca (y sigo viendo la carrera por televisión).
Mis incursiones en solitario por el Noroeste murciano han quedado reflejadas en varios libros a los que les guardo especial aprecio: “Dietario mágico”, “El lobo de Periago” y “Cuadernos de tierra”. Tengo la ilusión de que, de algún modo, he conseguido captar en ellos algo del espíritu de esta comarca. Si es así, le habré devuelto parte de lo que me ha dado. Amo el Noroeste. Siempre que puedo, regreso al Noroeste.