Ya en la calle el nº 1040

D. José Barquero Cascales

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Aunque no nació en Caravaca, ni tuvo reconocimiento social alguno que le agradeciera sus casi cuarenta años entre nosotros, al cuidado espiritual de la feligresía de El Salvador, un lector de EL NOROESTE sugiere la posibilidDon José Barquero Cascales (archivo Martínez-Litrán)d de recrear su recuerdo en homenaje a su memoria, como agradecimiento a su eficaz y callada labor de pastor de almas.
D. José Barquero Cascales nació en 1915 en la pedanía murciana de Jabalí Nuevo, en el seno de una familia de humildes huertanos en la que convivió con otros tres hermanos menores que él: Pedro, Isabel e Inocencia.
Cursó los estudios sacerdotales en el seminario de S. Fulgencio de Murcia y se fogueó como cura en Yecla antes de ser destinado a Caravaca en enero de 1955 por el obispo Ramón Sanahuja y Marcé tras participar en un concurso de «curas propios» ya desaparecido, en el que se ganaba una plaza en propiedad de la que no podía ser removido sino por renuncia personal a la misma.
Sustituyó como párroco de El Salvador al yeclano Ángel Muñoz Castillo y tuvo su primer contacto con la feligresía oficiando el sepelio de la dama local Dª. Mercedes Caparrós, quien falleció en su casa del Puente Uribe donde hoy se ubica el Museo de la Fiesta.
Hombre poco dado a hablar de si mismo, nunca concedió entrevista alguna, ni permitió que se hablara de él, de manera que cuando el Cronista lo requirió para un reportaje en la Revista de Fiestas de 1985, sólo obtuvo por respuesta…»Si Dios lo sabe ¿porqué someter mi actividad a la opinión de los hombres?»
Entregado a los demás. Respetuoso, defensor de nuestras costumbres religiosas y populares y esclavo de sus obligaciones, vivió en el viejo edificio de los curas del Salvador en «Las Esquinas del Vicario» que luego la Iglesia vendió al Ayuntamiento para un proyecto aún no ejecutado.
Aunque muchos años sin vehículo propio, acabó adquiriendo un «Seat 600» que vendió pasados los años, con muy pocos quilómetros y en inmejorable estado de conservación, pues sólo lo utilizaba para sus desplazamientos al paraje de Sta. Inés, donde la Iglesia local tenía unos albaricoqueros por legado testamentario de un feligrés.
Siempre ensotanado, fue de los curas que no aceptaron el «clériman», ni se avinieron a algunas de las «modernidades» del Concilio Vaticano II. Sin embargo sí que propició, e incluso dirigió la reforma espacial del presbiterio del Salvador, en la que perdió su antiguo y barroco aspecto, permitiendo así mismo, las tropelías causadas en el interior del templo durante las obras allí habidas en los últimos años setenta, dirigidas por el arquitecto del Ministerio de la Vivienda Víctor Caballero Hungría que, por otra parte, permitieron la recuperación de la galería superior de la fachada sur, cegada durante siglos y desconocida para nuestra generación.
Celoso en su ministerio, tanto en el aspecto espiritual como en el administrativo, y en exceso celoso con el vestir de la mujer en el templo, celebró durante años, y antes de las celebraciones eucarísticas vespertinas (que se generalizaron durante su época como párroco del Salvador), la misa de nueve matinal diaria y dominical, así como la de once de los niños, y la de doce; dejando al coadjutor la de «ánimas» (a las seis de la mañana los domingos), y la diaria de las ocho, así como la atención a la ermita de Sta. Elena. Así mismo, llevaba personalmente el archivo sacramental y se preocupaba de la catequesis, ayudado por catequistas seglares. De asociaciones como el «Apostolado de la Oración», las cuatro ramas de la «Acción Católica», la «Adoración Nocturna», «Marías de los Sagrarios» etc. y celebraba con solemnidad los «primeros viernes». En su época fueron frecuentes las «misiones populares», los «rosarios de la aurora», los novenarios con predicadores «afamados», fundando (en colaboración con Feliciano Morenilla) la «Emisora Parroquial» en las salas altas del templo. Publicaba semanalmente la «Hoja Parroquial», Se ocupó de «Cáritas» y adquirió la «Casa Parroquial» en la C. del Teatro.
Durante su larga época sacerdotal caravaqueña organizó la primera peregrinación de la imagen de la Virgen de Fátima por los domicilios caravaqueños (de la que me ocuparé próximamente), que duró un año largo sin interrupción, con cuyas limosnas edificó lo que comenzó llamándose la «Ermita de San Francisco», hoy parroquia con propia feligresía desgajada del Salvador. Dicho templo era a todas luces necesario para la atención espiritual de una populosa barriada con carencias de todo tipo en los años 60 y 70 que era visitada personalmente, en compañía de alguno de sus monaguillos por las tardes de muchos días del año, interesándose por las necesidades de sus habitantes y supliendo personalmente carencias económicas y sociales perentorias de familias que vivían en cuevas en los sitios de «Barrio Nuevo» y «Aranjuez».
Sin embargo D. José no fue hombre dotado por la naturaleza con lo que se viene en denominar «don de gentes». No fue lo que socialmente se conoce como persona «simpática». Tampoco fue partidario de capillitas ni de grupos «mejores» entre los demás. No ejerció la adulación, no dio palmaditas en la espalda a nadie, ni admitió en el seno de la comunidad parroquial diferencias grupales de ningún tipo.
Su actividad sacerdotal tuvo dos partes claramente diferenciadas en el tiempo. Una durante el denominad nacional-catolicismo», matizado por las reformas conciliares. La otra, al final de su vida activa, durante los primeros años de la Democracia, época en la que el obispo Javier Azagra Labiano requirió su presencia como confesor en la Catedral, sustituyéndolo en su cargo como párroco por Antonio Martínez Ruiz.
Su largo ministerio sacerdotal en la ciudad lo marcó tanto que, cuando comenzaron los síntomas de la demencia senil, pidió a su familia ser trasladado a la Residencia de Ancianos de Caravaca, donde falleció al cuidado de las hermanitas que la regentan, muy deteriorado en sus facultades y totalmente demenciado, el 20 de noviembre de 1997 con 82 años. Sus restos, velados en el tanatorio e S. Roque de Alcantarilla, descansan en el cementerio de su localidad natal. Muy pocas personas de Caravaca asistimos a su funeral y entierro.

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