Ya en la calle el nº 1039

Cumpleaños feliz

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

Me levantaba a media mañana y mi madre solía felicitarme con la efusión de un cariño inquebrantable, luego lo hacían mi padre y mis abuelos, cuando todavía vivían en mi casa y hasta el año siguiente. No recuerdo fiesta ni tarta, ni siquiera regalos, porque los regalos estaban reservados para Reyes, como mucho una caja de pañuelos o un frasco de colonia. En el Castillo las cosas eran así, de una sobriedad aplastante porque los cumpleaños eran cosa de ricos y nosotros estábamos muy lejos de serlo. Me ha venido a la memoria esta evocación porque hoy he leído en un muro de Facebook esta leyenda de vaga rememoración machadiana: Mi infancia son recuerdos de una tortada de merengue. De botellas de sidra y guitarras de juguete.

Claro que cada uno tiene derecho a su tiempo, a sus imágenes y a su lugar en el mundo. Mis hijos, que pertenecen a otra generación, suscribirían de algún detalle más, porque nunca les faltó la pequeña fiesta con sus compañeros de la escuela, la tarta, los refrescos y los regalos y ese colofón de soplar las velas y escuchar el cumpleañosfeliz cantado a coro por los amigos y los padres.

Hace tiempo que ya casi lo tenemos todo y estamos a la última pero en aquella época y en aquel barrio las cosas eran diferentes; ese día no te escapaba sin que te dieran los pescozones correspondientes o te tiraran de las orejas, tu padre solía mirarte de arriba a bajo y soltaba aquello de ya eres un hombre, a tu edad yo ya me ganaba un jornal en la huerta y uno parecía menguar, con el pudor propio del que no merece los muchos privilegios  de que disfruta y el peso insoportable de una culpa antigua  , aunque solo hubiera cumplido ese día la ternura inconcebible de los once años.

Cumplir años en mi infancia te acercaba más a la edad penosa de la responsabilidad y de la madurez, te quitaba alegría y te imponía un gesto formal y severo, porque ya eras un hombre y ya no había tiempo para jugar ni para perderlo apedreando perros, que, por cierto, fue una actividad de la que nunca disfruté y a la que nunca me aficioné porque me pareció una miserable manera de perder las horas a cambio de nada.

Tampoco es que concibiera cada aniversario como una fecha valiosa, no era otra cosa más que la suma de los días que añadían un año más a mi escasa e insignificante biografía. Aquellas calles del Castillo no te permitían la soberbia de creerte más importante de lo que en realidad eras, y eso solo porque el montante de tus horas y de tus meses era mayor. En aquellas calles cumplir años no era del todo motivo de fiesta, sino más bien todo lo contrario. Aquellos niños yunteros del Castillo  no ganaban nada apagando un puñado de velitas cada aniversario, porque los días se parecían demasiado unos a otros y los trabajos duros se sucedían igualmente con el paso de los años y de la edad.

Al lector podrá parecerle muy triste esta historia, pero las cosas eran así por aquel tiempo y en aquellas calles. Nacíamos y crecíamos para hacernos hombres y mujeres lo antes posible, madurar y convertirnos en individuos formales, que formarían con los años una familia y se buscarían la vida de la mejor manera posible

De momento uno se regocijaba sin muchas causas porque aquel día justo había sido el día de su nacimiento y mi madre relataba en la cocina algunos pormenores del feliz caso, la alegría de la familia, el alborozo general y la terrible responsabilidad que suponía para los progenitores llevar a cabo con buena fortuna el arduo proceso de su crianza yde su educación.

Que cada trescientos sesenta y cinco días se celebrara este suceso, nimio hasta cierto tiempo, era lo de menos.

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