ANTONIO F. JIMÉNEZ
Había los medios de siempre pero también los nuevos. Desde el palacio de la Magdalena en Santander, el mar cantábrico ambientó el primer congreso sobre periodismo cultural celebrado la semana pasada. Los plumillas que están un poco en la franja de la senectud, todo hay que decirlo, hablaban con cierto apoltronamiento bañado por un quejumbroso llanto ante la caída de sus imperios; aún así, había la esperanza de saber encontrar el pálpito de nuestro tiempo; mencionaron el auge del periodismo narrativo, donde a veces una historia no se puede contar en el limitado espacio del periódico y se acaba publicando un libro de no ficción, como el caso de Leila Guerriero; resucitaron a viejos periodistas que suelen ser descubrimientos hasta para el que nace años después de que mueran, como Joaquín Soler Serrano, del que muy pocos saben que nació en Murcia; o a Miguel Delibes, que hizo sonreír tiernamente a Angélica Tanarro, directora de La sombra del ciprés, el suplemento cultural de El Norte de Castilla. Aparte de las siempre malditas obviedades, lugares comunes, promociones, etc., flotaba en el palacete un regusto a transición. Pepe Ribas, de la mítica revista antifranquista Ajoblanco, dijo que esta época semeja mucho a la de 1974 y que urgía crear una revista cultural impresa sin publicidad, donde poder decir lo que a uno le salga de los virorlos. Ribas estaba tras de mí y pude olerle el aliento entumecido y cansado de dos días seguidos de plática donde lo imperante del periodismo cultural se juntó con lo naciente, como Jot Down o el El Extrarradio. Sergio Vila-San Juan, con su cara de catalán decimonónico, coordinador del suplemento cultural de La vanguardia, hizo una breve crónica nostálgica subrayando los años dorados de los noventa. Martín Caparrós se mesaba el bigote y decía palabras como oximorónico. Estudiantes de grado tomaban apuntes con la lengua fuera.