Ya en la calle el nº 1037

Cuentan que (homenaje a Juan Antonio Gómez Valero)

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Juan-Fernando Zarco García

Favor altísimo y honra siempre codiciada es estar aquí esta tarde para reconocer el trabajo y el magisterio de Juan Antonio.
Cuentan que, en una ocasión, un aficionado se dirigió a Antonio Márquez, suegro, entonces, de Curro Romero, preguntándole cómo podría presenciar una faena del maestro, a lo que aquel le respondió en lacónica sentencia: “haciéndose de la cuadrilla”.

Juan-Fernando Zarco García

Favor altísimo y honra siempre codiciada es estar aquí esta tarde para reconocer el trabajo y el magisterio de Juan Antonio.
Cuentan que, en una ocasión, un aficionado se dirigió a Antonio Márquez, suegro, entonces, de Curro Romero, preguntándole cómo podría presenciar una faena del maestro, a lo que aquel le respondió en lacónica sentencia: “haciéndose de la cuadrilla”.
Y, ¿cómo podía yo participar en este acto a este Maestro? …Exactamente: haciéndome de la cuadrilla esta tarde. Porque yo pertenezco a la primera cuadrilla de alumnos con quienes debutó Juan Antonio en el Instituto enfrentándose a dos grandes morlacos marcados con la letra “ele” mayúscula: la Literatura y el Latín.
Pero nuestra relación con la literatura había comenzado mucho tiempo antes, cuando, de zagal con pantalón corto y piernas llenas del polvo de la placeta del Cabezo, después de jugar al fútbol o al “guá”, cruzaba la Cuesta del Parador en dirección al estanco de Julián en busca de aquellos ejemplares del Jabato o del Capitán Trueno que, en más de una ocasión, me vendía Juan Antonio. O me cambiaba las novelas de Marcial Lafuente Estefanía para mi abuelo echando una mano al negocio familiar… O aquel ABC dominical para mi tío Antonio, el Lavao…
Mientras, los estudios, la Filología, la mili en Milicias Universitarias, instruyendo quintos que lo más que conocían de los tercios eran las botellas con que aclaraban la gorja en la cantina, porque no creo que pensaran como Lope de Vega:
“Bien mirado, ¿qué me han hecho/ los luteranos a mí?/ Jesucristo los crió,/ y puede, por varios modos,/ si Él quiere, acabar con todos/ mucho más fácil que yo”.
Luego, manos a la Obra, en el colegio Monteagudo y la boda con Loli, la hija de Juan Pepe. Parece que el cura les dijo: “Lo que yo he unido, no lo separa ni Dios”. Y ahí siguen, y con tres testigos. Pero bueno, a lo que vamos:
Tras su paso por la privada (me refiero a la enseñanza) y no satisfecho con ella, renunció a un buen puesto en la misma para dedicarse a la pública y aquí, como decían en La Venganza de don Mendo, “henos de Pravia”, inmersos en el antaño Tercero de BUP, actual Primero de Bachillerato, con toda la clase dando Latín con Juan Antonio y la mitad de la clase Literatura. Este curso, los clásicos del Siglo de Oro. Y es que ambas se hallaban estrechamente relacionadas, porque si el castellano es nuestra lengua madre, el latín es nuestra lengua abuela y como tal hemos de tratarla. Un buen ejemplo de ello son los tópicos literarios como el conocido carpe diem (aprovecha el momento) que, con origen en Horacio, se repite a través del tiempo:
Gaudeamus igitur/ iuvenes dum sumus: Alegrémonos pues/ mientras somos jóvenes, comienza diciendo el himno universitario.

Coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre, escribe Garcilaso de la Vega.

Antes que la sombra caiga,/ aprende cómo es la dicha/ ante los espinos blancos/ y rojos en flor. Ve, mira, dice Luis Cernuda.
Si nos remitimos al deporte, también el latín está omnipresente: cuentan que el Real Madrid tiene una cuenta de tuiter en la que aparece la frase habemus tuiter latinum matritense y si nos referimos a su rival en la próxima eliminatoria de la Liga de Campeones, siendo inglés, el Manchester City tiene por lema en su escudo superbia in proelio o lo que es lo mismo, orgullo en la batalla. O el mismísimo lema del escudo de los Estados Unidos e pluribus unum (de muchos, uno).
Y si hablamos de gastronomía, la tempura (fritura japonesa de mariscos y verduras) tiene su origen en los jesuitas que introdujeron la costumbre de comer pescado y verdura durante la vigilia que en latín es tempora ad quadragesimae.
Y no digamos el teatro. Por cierto, “hacerse el sueco” no es imitar a un habitante de Suecia sino que sueco procede de “soccus”, calzado de los actores de comedia que, para hacer reír al público, fingían no entender.
Aquel curso fue de obligatoria lectura El Quijote, como también lo fue La Regenta y no pasaron de largo los autores más santos, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y los más terrenales, como Lope y Quevedo. La necesidad de la lectura no contribuyó a disfrutar de la misma, había que hacer unos trabajos y presentarlos en plazo perentorio y, la verdad, la premura de tiempo no dejaba resquicio alguno a relajarnos cuando debíamos escribir sobre la quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote. No obstante, posteriormente y libre de cualquier obligación he vuelto a leer todos estos libros y cada vez he percibido algo nuevo respecto de la anterior y es que todo está en los libros, como decía la música de cabecera de un programa de televisión.

El siguiente curso, COU, puerta de acceso a la Universidad y Juan Antonio, Jefe de Estudios. Ahí también demostró su buen uso de la mano izquierda, templando los naturales: en una ocasión, durante un recreo, sorprendió a unos alumnos de 2º correteando y gritando en la clase: el olor a Cohiba que salía de allí llegaba hasta el Adán y Eva, de lo que fumaron, digo. Al terminar la reprimenda, se dirigió a un grupo de nosotros que la contemplaba desde el pasillo y, acercándose, nos dijo ¿habéis visto cómo me impongo? A nosotros también nos tocó. El motivo: ciertos lanzamientos de tiza en el ínterin de clases. Aquella filípica finalizó con una rotunda expresión: ¡Cuánto más grandes, más tontos!, concluía cuando, al girarse, se apercibió que, detrás, había uno de nosotros que desconocía de qué iba todo aquello porque había ido a recoger la pantalla de proyecciones y, al ser más alto que él, levantó la cabeza y le preguntó: ¿a que sí? Aquel, sin saber nada, tan sólo llegó a balbucear un tímido pues sí. La pena por aquello era llevar cada uno de nosotros un paquete de tizas. No lo llevamos porque estoy seguro que si lo hacemos, todavía estaría riéndose.

Pero todo pasa y todo queda, stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus (de la rosa solo queda el nombre desnudo). Desde aquellos días han ido sucediéndose las promociones de alumnos que han escuchado las lecciones impartidas por Juan Antonio. Con la excepción de un curso unamuniano en Canarias y su breve estancia en la Vega Baja del Segura, su cátedra (silla) ha sido, es y será Cehegín, se vuelca en cualquier proyecto que cultive la lengua y la literatura y tenga su centro en nuestra ciudad. Por eso no es una coincidencia que hoy, 23 de abril, cuadringentésimo aniversario de la muerte de Cervantes, se le haga este reconocimiento a Juan Antonio. Y digo bien, no es una coincidencia, es un acto de justicia: por inducir a la lectura, por desentrañar la estructura de la lengua, por hacer que los domingos escuche la sección de un programa de Radio Nacional titulada Verba Volant, por contribuir a la educación de cuantos hemos pasado por sus aulas (“la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, decía Nelson Mandela), por despertar la inquietud por el origen y significado de cada palabra, por abrir la Puerta Grande de la Cultura, por tu amistad.
Ahora, porque así lo has querido, desde la jubilación, que viene de júbilo y significa alegría sigues las palabras de don Quijote que yo le repito a mi hijo Pablo con frecuencia: “El que lee mucho y anda mucho, sabe mucho y vee mucho”.

 

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