Ya en la calle el nº 1037

Cuatrocientos aniversario de la primera piedra de la Real Basílica de la Vera Cruz

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JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

El próximo 16 de julio se cumplirán cuatrocientos años del comienzo de la construcción de la basílica de la Stma. y Vera Cruz, intramuros del castillo medieval, lo que aconteció en el transcurso de una solemne ceremonia el mismo día de 1617. De aquel acto se han ocupado historiadores antiguos y modernos, pues se conserva la documentación en nuestros archivos, entendiéndose por el autor como la más completa, la que llevó a cabo el archivero municipal Francisco Fernández en este mismo periódico (números 666 y 667). Quien esto escribe, que también se ha ocupado de ello, pretende con el presente texto que el acontecimiento del centenario no pase desapercibido a nuestra generación, como ocurrió en 2003, cuando los fastos del “jubileo” de aquel año acabaron ocultando el 300 aniversario de la conclusión y bendición del entonces santuario, a pesar de nuestros avisos en “El Noroeste” (Nº 116, de 6 de julio de 2002), en el diario “La Opinión” (29 de abril y “El Noroeste” 136, de 26 de abril del mismo año), sobre el acontecimiento que nuestra generación ya no tendrá ocasión de celebrar.


Las gestiones del Concejo y Vicaría santiaguistas de Caravaca fueron largas ante el Rey y también ante el Real Consejo de las Órdenes Militares, para lograr permisos y, sobre todo los recursos económicos para levantar un templo en el que dar culto solemne a la reliquia de la Sta. Cruz como merecía un objeto de tanto valor para la fe cristiana, según las directrices emanadas del Concilio de Trento. Las más antiguas datan de 1538, aunque las definitivas son de 1612, cuando se producen las primeras dotaciones económicas, tras decidirse la construcción de un nuevo templo en 1610.
La torre de la fortaleza caravaqueña donde recibía culto la Reliquia desde época medieval, necesitaba reparaciones de envergadura, ya que su estado amenazaba ruina. O se reparaba en profundidad, o se acometía la vieja aspiración local de construir a la Sda. Reliquia un templo digno de Ella, y capaz para albergar a los peregrinos que acudían a venerarla. Fue definitiva la intervención del rey Felipe III quien, en julio de 1612 autorizó y dotó económicamente la obra. La planimetría original, encargada a los arquitectos Damián Pla y Miguel de Madariaga se desechó y se encargó un nuevo proyecto al arquitecto lego carmelita (entonces en Caravaca, empleado en obras del convento del Carmen, de La Glorieta) Fray Alberto de la Madre de Dios.
Se hizo un nuevo camino para subir más cómodamente el material al Castillo, se obtuvo el permiso del Rl. Consejo de las Órdenes Militares para derruir un trozo de muralla para el acopio del citado material de construcción (con el compromiso de su recomposición tal como estaba, al concluir la obra) y se aceptó inicialmente la oferta de Damián Pla de construir el nuevo templo por 6000 ducados, cantidad que fue incrementada por el Concejo en 4000 reales más. Posteriormente el Rey concedió otros mil ducados, entregándose todo el montante económico a censo, al marqués de Espinardo, quien en adelante iría entregando lo necesario para la construcción.
Todo listo para el comienzo de la obra, tras cambiar nuevamente la dirección de la misma, en esta ocasión a favor de Miguel de Madariaga (por considerarse insuficientes los avales presentados por Pla), se eligió como día para la colocación de la primera piedra el domingo 16 de julio, fiesta litúrgica entonces (suprimida años después) del “Triunfo de la Cruz”. El templo se construiría orientado de este a oeste, según la costumbre tradicional para los edificios cristianos y la obra comenzaría por el presbiterio o cabeza del mismo, en el estilo o gusto barroco manierista, imperante en la época.
La ceremonia de bendición y colocación de la primera piedra hemos de imaginarla complicada y colorista. El Concejo, encabezado por el Gobernador local Luís de Torres Crespo, recogió a la clerecía (encabezada por el Vicario Alonso Pizarro Navarro) en la recién inaugurada (17 años atrás) iglesia mayor del Salvador; y todos, vistiendo sus mejores galas, se dirigieron en procesión por las actuales Pl. del Arco y Puentecilla, hasta la C. “Barbacana”, por donde accedieron al pie de la muralla en su parte oriental, donde se había roto la misma para introducir los materiales. Allí, en altar improvisado al aire libre, bajo el impenitente sol de la mañana del verano caravaqueño, se procedió a la bendición del bloque lítico por el párroco Sebastián Torrecilla, mientras entonaba cantos litúrgicos la Capilla del Salvador dirigida por su maestro Cristóbal Suarez. Las primeras piedras fueron colocadas simbólicamente por el vicario santiaguista y el gobernador, uniéndose las mismas con cal amasada por ellos mismos. Luego, los demás caballeros y clérigos presentes fueron echando cal y piedra, comenzando así la edificación del inmueble en presencia, y bajo la dirección técnica del arquitecto (maestro de cantería se decía entonces), Miguel de Madariaga.
Sabedores todos de la trascendencia de aquel histórico momento, se ordenó levantar acta de lo acontecido al escribano público municipal y al notario eclesiástico, quienes debían incluirla, como uno y otro hicieron, en los libros correspondientes de los archivos municipal y vicarial respectivamente, por los que sabemos con detalle del desarrollo del acto.
Días después, el 1 de septiembre siguiente, cuando estuvo dispuesta, se embutió una lápida de plomo, con inscripción conmemorativa, escrita en latín, en una gran piedra “labrada de cantería”, con los nombres de los protagonistas del acto, comenzando por el del rey Felipe III y siguiendo con los del gran mediador entre el Concejo y la Corte, el jesuita Luís Ferrer, el Gobernador, Vicario y otros personajes de la vida social con responsabilidad local (la traducción la publicó por vez primera Pedro Segado Bravo en la Revista de Fiestas de 1986).
Lo que originariamente iba a construirse en 6 años, tardó 86 por culpa siempre de las innumerables dificultades económicas que fueron surgiendo, lo que motivó que ninguno de los que presenciaron aquel acto estuvieran presentes el 3 de mayo de 1703 cuando comenzó a funcionar el nuevo templo.
Termino insistiendo en llamar la atención de quien corresponda, para que el cuarto centenario de la fecha del comienzo de la actual Basílica, no pase desapercibido en los anales de la historia contemporánea local, como sucedió en 2003 cuando se cumplió aquel otro centenario: el de su inauguración.

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