Ya en la calle el nº 1037

Cristiano del Año 2019: Juan Antonio Martínez Piqueras

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Gabriel Blanc Lage, un admirador

Seguramente le correspondería a él escribir sobre sus sensaciones y agradecimientos por recibir tal distinción, pero también con seguridad habría versado su artículo sobre si era o no merecedor del mismo. Quién lo conozca mínimamente, sabe que es así. En casi todas las ocasiones en que se otorga un galardón, suele repetirse  por boca ajena que se trata de un reconocimiento muy merecido, que ha sido todo un acierto, y así, un abanico de frases que sirven, con más o menos convencimiento de quién las dice, para felicitar a quién recibe el homenaje. Por el contrario, si  es quién recibe el premio quién habla, lo más repetido es que no lo esperaba, y que no lo merecía. En este caso, y usando una de las armas que maneja con maestría nuestro Piqueras, la ironía, me viene a la cabeza una reflexión:   “Cristiano del Año, si, pero ¿de qué año? “Porque sin duda, el nombre de este galardón tiende a la confusión, (al menos para mí), y en el caso de Juan Antonio, más si cabe, pues no es que lo merezca ahora, sino que ha echado una mano siempre que se le ha necesitado desde que entró en el Bando, y al otorgárselo la actual Directiva, hace justicia con él, sin ánimo alguno de desmerecer a sus predecesores.

Sus aportaciones, de diversa índole, van desde la Presidencia del mismo , que ostentó allá por el 2002 y 2003, primer Año Jubilar a Perpetuidad, pasando por  la Secretaría del Bando, cargo que ha ostentado recientemente, siguiendo por su ayuda  a Reyes, entre los que me cuento, y por la que siempre estaré agradecido, por la organización de desfiles… También ha contribuido desde funciones más entrañables, como padre de Infanta de Castilla, con su hija mayor, Cristina,  y ya desde su querido grupo, como Relaciones Públicas de Almogávares de Aragón y en no pocas ocasiones como Jefe de Filas…y, por si esto fuera poco, es de las pocas personas, si no la única,  que ha dicho un Parlamento en el Templete  sin ser Rey Cristiano o Rey Moro, como muchos recordaréis.

Juan Antonio no es fundador del Bando Cristiano, entre otras cosas, por edad, pero si que es de esa generación intermedia que supo recoger el testigo de aquellos que un día nos brindaron esta bendita locura que son los Moros y Cristianos de Caravaca, y transmitirla a la siguiente sin añadirle más que un puñado de ilusión, y muchísimo trabajo. De nuestros mejores embajadores con las gentes que nos visitan, han pernoctado bajo su techo naturales de casi toda nuestra geografía, y todos ellos, sin excepción, se han marchado conociendo el sentido de nuestras Fiestas de la Cruz, el por qué de cada puesta en escena y queriendo volver pronto a nuestra ciudad.

Ahora le honramos los Cristianos, pero ha pertenecido con el mismo entusiasmo al Bando Moro, en las filas de Almohades en los albores de los 80, y al Bando de los Caballos del Vino, primero en la Peña Santa Inés, con su caballo Relámpago, y más tarde, con el que sacaron sus Almogávares del alma durante tantos años.  Porque disfruta cada momento de nuestras Fiestas y hace que los que tenemos la suerte de estar a su alrededor las disfrutemos igualmente, pues no le recuerdo un mal gesto, ni desgana, ni que haya eludido arrimar el hombro cuándo ha hecho falta.

Así es Juan Antonio, cercano conversador, leal amigo, trabajador incansable que con su forma de ser es ya un poquito de todos, pero sobretodo, de esas generaciones que lo conocimos amontonando libros en las diversas ubicaciones que solo por estar llenas de ellos llamábamos Biblioteca, pero que lo eran más por su empeño. La ilusión que ponía en cada ejemplar y en cada usuario que entraba por la puerta ha hecho que muchos seamos adictos a la lectura. Todos hemos ido con la excusa de buscar  un libro y nos hemos ido con un consejo, con las ideas más claras, y por supuesto, con una sonrisa y algún chascarrillo. Hoy déjame que te robe el puesto, déjame que escriba que te lo mereces, y que es sólo una parte del agradecimiento que se te profesa, porque como diría el maestro Cuerda,  todos somos contingentes, pero tú, eres necesario.

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