Ya en la calle el nº 1037

COVID-19, mortalidad y uso de la información

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Jesús López García/Geógrafo

Las repercusiones demográficas de la pandemia de COVID-19 se conocerán cuando se pueda calcular la tasa de mortalidad bruta del año o de los años que dure la pandemia. La tasa de mortalidad bruta expresa los fallecimientos por mil habitantes de un territorio  en relación a su población total. Del diferencial de la mortalidad entre el año o los años que dure la pandemia y los valores medios de los años anteriores se podrá inferir la mortalidad provocada por la COVID-19 con un error relativamente pequeño. Ese diferencial será la suma de los fallecimientos reportados por las autoridades sanitarias y de los no registrados por no haber sido diagnosticados. Así mismo, el presumible incremento de la tasa de mortalidad recogerá los fallecimientos por efecto directo del virus y los que también hubieran estado relacionados con otras patologías. Además, como quiera que las tasas se calculan por año en todos sitios y con los mismos criterios científicos, los datos que proporcionen permitirán el establecimiento de comparaciones por territorios y  estados. Por otra parte, el incremento de la mortalidad será amortiguado porque absorberá los fallecimientos de personas afectadas por COVID-19 que también se hubiesen producido sin pandemia a lo largo del año. Los estudios demográficos, junto a los de carácter epidemiológico, nos darán un balance ajustado de lo que ha sucedido en todo el mundo. Pero, eso sí, a su debido tiempo.

¿Quiere esto decir que los datos de fallecidos que nos proporcionan todos estos días de estado de alarma no son ciertos o “esconden muertos” como se han atrevido a decir algunos? En absoluto. En España, en todas las administraciones y también  en los demás países del mundo, se reportan los datos de fallecidos diagnosticados con los medios disponibles, según los protocolos e instrucciones que establecen los propios estados y las organizaciones internacionales. Esos datos sirven principalmente para el análisis y control de la epidemia, pero también para informar a la población. Junto con los que se vayan obteniendo de otros test también ayudarán a conocer con más precisión la letalidad de la COVID-19.

Sin embargo, las repercusiones en la población al final de la pandemia, que sin duda llegará, las iremos conociendo con estudios posteriores de las tasas de mortalidad y de otros indicadores demográficos, y de los estudios epidemiológicos como es natural. Esos estudios permitirán determinar la distribución geográfica, los principales focos, los lugares de mayor prevalencia, los diferenciales entre territorios, los distintos ritmos de propagación de la pandemia… A partir de todo ello será posible acercarse a un análisis en profundidad de los factores de propagación de la epidemia y de los distintos efectos de las medidas adoptadas, así como de la graduación de las mismas.

Por todo lo explicado y por lo complejo de este evento global me gustaría advertir del riesgo social del uso interesado y sesgado que algunos están haciendo de todo el caudal de datos que vamos conociendo de todo el mundo, que son muy numerosos, pero forzosamente incompletos, que reflejan el día a día, pero que no recogen aún los ritmos con los que la epidemia se va a poder frenar o, al contrario, seguir propagándose, y que como ha quedado dicho, aún falta todo el análisis demográfico para conocer la auténtica dimensión de la pandemia. Es legítimo criticar a los gobiernos, por los déficits de gestión, por la improvisación, por lo que sea, pero utilizar la mortalidad, sin un conteo estandarizado y en plena expansión de la crisis, o los presuntos diferenciales de mortalidad en relación a otros países con el ánimo de endosárselos a un gobierno carece de sustento científico y, en mi opinión, es moralmente reprobable.

 

 

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