Ya en la calle el nº 1040

Coronahistorias de mujeres I: Consejos para decorar si estás recluida, por Diana Vreeland

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ

Hay muchas formas de tomarse las salidas y los encierros, la muerte y la vida, la enfermedad o la mejoría, los juegos y los vicios. Tantos como mujeres en la historia para sobrellevar unos pocos días de sanación inversa metidos en las casas, así que voy a empezar una serie de mujeres que, por diversos motivos, decidieron encerrarse en sus casas por propia voluntad, pero cada una de ellas por causas tan distintas y algunas tan nuestras como son el miedo, el aburrimiento,el pánico, la flojera o el desamor.

Voy a empezar por la más leve, que además de encerrarse en su casa por flojera (coñona que diría mi madre) nos dejaría consejos, de rica y coñona, esos sí, pero tan acertados algunos que nos van a venir bien en estos días, sobretodo el de afrontar el día como ella lo afrontaba en los desayunos.

Se llamaba Diana Vreeland (París, 1903-Nueva York, 1989). Fue la editora de moda de Harper’s Bazaar entre 1936 y 1962. Original, fantástica, déspota, elegante, abundante, exagerada en todo lo que hizo y convirtió las revistas femeninas en un reflejo de lo que ella era: puro espectáculo. Pero a lo que vamos, se hizo famosa porque nunca salía antes de mediodía de su cama, trabajaba desde ella y convirtió su casa en un jardín donde quería morirse si alguna vez se ponía enferma.

Para empezar la jornada aquí la amiga Vreeland desayunaba todas las  mañanas tostadas de mantequilla de cacahuete «el mejor invento de la Cristiandad» con mermelada y whisky. A partir de ahí, cualquier cosa me parece normal viniendo de esta mujer.

A ella nunca le hubiese pillado la cuarentena con unas sábanas viejas o sucias ni un colchón desgastado. Diana animaba a encargarse la cama en China. «La más bonita imaginable, con el cabecero y la colcha de satén amarillo con mariposas bordadas en todos los tamaños y colores«. Y sin olvidarse de los almohadones, que perfumaba mediante infecciones de fragancia. Su casa estaba llena de telas que asemejan un jardín y que inundaban paredes, sofás, cortinas y todo lo inimaginable que pudiese ser decorado. Además tenía libros por todos lados, supliendo la falta de estudios con una curiosidad mucho mayor que su exageración. No fue a la universidad, pero aprendió todo lo que sabía de Historia, Arte y demás leyendo.

Igual que Diana Vreeland estos días deberíamos convertir las casas en lo más parecido a los jardines que llevamos dentro, no volver a subestimar la luz que entra por la ventana, la alegría de los colores, las flores que nacen cada primavera. Pintar las paredes de diferentes formas  y dejar el perfume de nuestra esencia allí donde vamos (aunque sea al wc). LLenar los estantes de libros que nos acompañen en los mejores y en los peores momentos y aprender de ellos cuando todo nos aburre.

Y por supuesto, no debemos subestimar en estos días de encierro, el poder reconfortante de un lingotazo de whisky a media mañana. Palabra de Diana Vreeland

 

 

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