Ya en la calle el nº 1039

Cléo, amante de nadie

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN
Gustav Klimt en su lecho de muerte no mencionaba un nombre de mujer en su último aliento, sino dos. Uno era Emilie Flogë y la otra una bailarina llamada Cléo de Merode, la única mujer que se negó a las embestidas del genio. Cleó de MerodeCleopatra Diana de Merode nació en París (pero no está muy claro) el 27 de septiembre de 1875 y era hija del pintor austríaco Karl von Merode que se hacía llamar Baron Merodee y una ex actriz vienesa. Poco se sabe de sus primeros años, excepto que Young Lulu, como la llamaban sus padres (muy originales, por cierto) mostraba ya una gran aptitud en el baile, cuando sólo tenía siete años de edad comenzó a bailar en el Ballet de la Ópera de París y a los once hizo su debut profesional. A los dieciséis años ya era un bellezón que salía en todas las postales de Paris que circulaban por el mundo.
En 1895, Toulouse-Lautrec pintó su retrato y al año siguiente el escultor Alexandre Falguière causó furor en el Salón de París cuando expuso una estatua de Cleo desnuda. El problema es que la artista no había posado para él y le causo tanta vergüenza que se encerró en su casa porque sentía que todo el mundo cuando la miraba veía «esa estatua desnuda horrible en sus mentes.» Cualquier rumor que se filtrase en Paris tenía que ver con ella, cualquier movimiento que ella hacía se volvía rumor. Y si encima visita la ciudad donde ella actúa un rey de moral distraída la cosa se complica.
A finales de ese año el rey belga Leopoldo II viaja a París por intereses políticos y para evitar que se sepa no se le ocurre otra cosa que hacer saber que solo viaja por verla a ella. La prensa del corazón, que ya existía por entonces y que hacía lo mismo que hace ahora, suma dos y dos y convierte a la joven de 22 años en la última amante de los 61 de Leopoldo. Ni un Mariñas hubiese atinado tanto con el nombre que le pusieron al monarca: “Cleopold”.
Cleo y su madre, que seguían guardado celosamente su vida privada vieron como todo se iba al traste. Negaban todos los rumores, incluso pidieron al rey que los negase, pero este no estaba por la labor, puede que no se la tirase… pero para el efecto, contaba como que sí. Y se divertía con otras mientras leía en la prensa los regalos que le hacía a Cleo. Y esta, católica practicante siempre acompañada por su madre cual Pantoja decidió huir a San Petersburgo, donde triunfó.
En 1897, en compañía de su madre y el gerente del Folies-Bergere, hizo su primera visita a los EE.UU. En 1899 muere la madre y surge la autentica Cleo, una mujer fuerte y decidida con una mente despejada para los negocios que se convierte en una estrella internacional.
Continuó bailando hasta los cincuenta años que se retiró de la vida profesional a una villa en Biarritz. Allí dio clases de baile a los aspirantes hasta pasados los ochenta. Pero incluso hasta allí los rumores la persiguen. Y es que en 1950 Simone de Beauvois publica su libro sobre cortesanas infames «El tercer sexo” y no se lo ocurre otra cosa que nombrar a Cleo como la amante del rey Leopoldo y da a entender que había sido poco más que una prostituta y lo peor, de origen campesino! Cleo la demandó y reclamó cinco millones de francos en concepto de daños. Ganaría el caso, pero el juez consideró que Cleo había permitido a los rumores en el transcurso de su carrera por su valor publicitario. Toma ya.
La que según la prensa fue amante, entre otros, del duque de Manchester o el rey Leopoldo, murió en París el 17 de octubre de 1966 soltera. No sabemos si entera.

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