Ya en la calle el nº 1037

Catalina Bárcena

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GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

La madre de Jaime me pidió la otra noche que escribiese sobre la vida de una mujer que hasta hace bien poco había estado tapiada. Literalmente. Un tapia que derribó la falta de “cash” de un familiar arruinado que sacó a la venta ni más ni menos que en Sotheby’s Catalina Bárcenael peculiar legado que esta mujer había dejado a su hija. Más de 150 trajes de Lavin, Balenciaga o Dior que ella había metido en un armario y tapiado, ante la insistencia del cura de quemar lo que había sido “pruebas del pecado” y que los dejó intactas para la historia. Esta es, Antonia, la historia de un triangulo amoroso en el que Catalina siempre fue la otra.

La Bárcena nace en Cuba en 1888 pero regresa a Cantabria siendo una niña. La familia marcha a Madrid y la madre pone a trabajar a Catalina bajo la tutela de la gran diva María Guerrero. Pronto se convierte en la preferida de la artista y de su marido, el actor Fernando Díaz de Mendoza, que ejerció sobre ella, como era su costumbre, el derecho de pernada. Tanto la ejerció que la dejó embarazada y para taparlo la casaron con Ricardo Vargas, actor de la compañía que encima tuvo que aguantar que le pusieran al recién nacido Fernando, en honor a su auténtico padre. Mientras tanto Gregorio Martínez Sierra era un escritor en alza que se había casado en 1900 con María de la O Lejárraga, una joven siete años mayor que él y con la que formaba un matrimonio en el que cada uno tenía su función, ella escribir y él firmar. Un frágil equilibrio que rompió Catalina el día que Gregorio la vio sobre el escenario.

A partir de entonces formarían durante varios años un triángulo estrambótico en el que La Bárcenas triunfaba con los personajes que creaba María y que Gregorio ponía en escena. Y ni su matrimonio ni el de Catalina, que no era matrimonio ni era ná, impidieron que Martínez Sierra perdiera la cabeza por ella.

Esto lo entiendo, porque la Bárcenas era guapa y estilosa. Pero lo que se me escapa a mi entendimiento es el atractivo que tenía este hombre pequeño, calvo y poco agraciado para que dos mujeres le amasen como le amaron. María, que no dejó nunca de escribir para él, regalándole las letras para que formase su historia con la otra, y Catalina que bordó su papel fuera de los escenarios como la otra.

Aquella época fue un desastre de puesta en escena de estos tres personajes, con un intento de suicidio de María incluido y giras demenciales de los tres juntos. María opinaba que «Madame», como llamaba a Catalina, era una diva vulgar, caprichosa y prepotente. Mientras Catalina presionaba a Gregorio para que dejase a su esposa. Pero claro, como María escribía todo lo que el otro firmaba, eso era imposible. Aquello no lo rompió la esposa sino otra mujer: Katia. La hija que tuvieron Catalina y Gregorio y que forzó la separación. La pareja ya era libre y decidieron comerse el mundo. Cerraron el Eslava y aceptaron una oferta para ir a Hollywood, donde protagonizó siete películas en español a partir de obras de María. Porque él seguía escribiéndose con su esposa legitima, exigiéndole sus escritos y “todo aquello que se le ocurriera”. Si soy yo, le mando un “FIN” como una casa.

Catalina y Gregorio regresan pero el comienzo de la guerra civil les lleva a un largo exilio del que no volverían hasta 1947 para morirse Gregorio, aún como esposo de María, que nunca consintió en divorciarse, y que aún le sobreviviría tres décadas. El sacerdote que acudió a administrarle los óleos se negó a entrar en la alcoba mientras “aquella señora”, léase Catalina, no abandonara la estancia. La Bárcena echó el telón a su propia historia el 3 de agosto de 1978.

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