Ya en la calle el nº 1040

Carrie Fisher, mi princesa prometida

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Cuando te has pasado la infancia dibujando princesas sumisas con trajes con más tela que la carpa de la Meca, encontrarte con la Princesa Leia puede suponer la ruptura con todo lo que conocías. Y con tu madre, que más que de princesa reconoce el traje de Leia como de putucha.

Lo que sería mi princesa favorita nacería en mi lugar favorito después de ver Pretty Woman, Beverly Hills (Los Ángeles) California, un 21 de octubre de 1956, hija del cantante Eddie Fisher y de la actriz Debbie Reynolds, que cantaron bajo la lluvia lo justo para tener dos hijos. Luego salió el sol y calentó al cantante lo suficiente para escribir lo que no estaba escrito sobre ellos y se largó con Elizabeth TAylor. En esta ocasión no puedo decir que los dejó en la indigencia, sería el segundo matrimonio de Debbie el que un poco más y los deja hasta sin zapatos, a pesar de que él era zapatero. Magnate de los zapatos, pero zapatero al fin y al cabo, que malvendió y robó todo lo que pilló para pagar sus vicios con el juego.
En una casa, de Beverly Hills, pero casa al fin y al cabo, con tanto actor, pues ella tendría que ser actriz. Fué más por aburrimiento, por acompañar a su madre, o vete tú a saber lo que llevó a mi princesa a subirse a los escenarios. El caso es que tras dejar los estudios y algunos papeles de corista junto a su madre, se presenta como el que compra los iguales todos los días, por presentarse al casting de una producción sin pena ni gloria de un cineasta independiente sobre no sé qué guerra de ciencia ficción.
Pero como al incrédulo que le toca el cupón, a ella le tocó la lotería. Vino a toparse con un jovencísimo, por entonces carpintero, Harrison Ford, que tampoco era el elegido y andaba un tanto desubicado. Se convirtieron, contra todo pronóstico, en los reyes de la galaxia y durante tres meses ( 90 días y sus 90 noches, que diría Leila más tarde) en los amantes del firmamento. Han Solo estaba soltero, Ford seguía casado. Pero como eran galaxias distintas no cuenta.
Y lo inesperado vuelve a suceder. El mundo, como yo, como mi amiga Cristina o mi peque, se vuelve loco con “Star Wars” y la princesa de la galaxia se vuelve la reina de la noche y sus vicios.
TAmbién el amor. Después de cinco años de novios, en 1983 se casa con Paul Simons, y duran un año. Descendió de la galaxia a los infiernos y cayó en picado en el lado oscuro, sufrió una sobredosis que casi la mata, un montón de relaciones que la dejaron sin corazón, una fama que no asumió ni la dejaba trabajar ni centrarse en otras cosas.
De aquel descenso salió victoriosa, con tres libros, una hija (de su representante que la dejaría por otro hombre, para terminar de arreglarle el cuerpo) y un nuevo proyecto. Lejos de las pantallas, pero cerca del único mundo que había conocido, con los años se convirtió en una prestigiosa revisora y escritora de guiones.
Así me la encontré en su última aparición en Star Wars. Serena, hermosa, con la sabiduría que solo dan los años y la luz que solo se encuentra tras vencer el lado oscuro de cada uno. Un aura que soplaba con ese humor tan fino que hizo que tanto la quisiéramos fuera de su galaxia.
El 26 de diciembre del año pasado se apagó su fuerza durante un vuelo. Es mi recordatorio del karma, la princesa de la galaxia jamás podría morir en la tierra.
Tenía 60 años y ya había intuido su marcha: “No temo la muerte, temo estar muriéndome.”

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