Ya en la calle el nº 1040

Caravaca vista por un inglés: El viaje de Sir Mark Sykes en 1911

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

FRANCISCO FERNÁNDEZ/ARCHIVO MUNICIPAL DE CARAVACA

Sir Mark Sykes fue un militar y diplomático inglés, que adquirió notoriedad en los años finales de la Primera Guerra Mundial gracias a las misiones que llevó a cabo para el Ministerio de Relaciones Exteriores británico en Oriente Medio y que culminaron en el controvertido acuerdo entre el Reino Unido y Francia para repartirse el territorio tras la derrota del ejército otomano, conocido con los apellidos de los representantes de ambos gobiernos: Sykes-Picot. Con anterioridad a este suceso, Sykes había viajado en varias ocasiones por Oriente Medio y Turquía convirtiéndose en experto conocedor de la zona, lo que le valió ser nombrado embajador honorario en Constantinopla. No obstante, su gran afición fue la escritura, llegando a publicar varios libros, entre los que destacan los referidos a sus viajes: “Cinco provincias turcas”, “El hogar del Islam” y “El último patrimonio de los califas”. Murió en 1919, a los 39 años, víctima de la epidemia de gripe española, poco después de concluir la guerra cuando se encontraba en París participando en las negociaciones del armisticio.


Algún tiempo después, en 1923, otro aristócrata y diplomático inglés Sir John Randolph Leslie, más conocido como Shane Leslie, publicó una biografía de este personaje, en la que incluyó parte de su correspondencia personal así como otros documentos inéditos. Entre otros asuntos, el libro recoge su sorprendente viaje por España en 1911, año en que fue elegido miembro del Parlamento, llamando la curiosidad tanto por los lugares visitados como por el itinerario que siguió.
Según relata el propio Sykes en una carta dirigida a su esposa el 28 de febrero de ese año incluida en este libro, su llegada a nuestro país tuvo lugar en Cartagena, donde desembarcó procedente de Orán, con la intención de visitar Murcia, Cáceres, Sevilla, Córdoba, Granada, Madrid y Burgos. De aquí marchó a Murcia, donde tras permanecer algunos días se dirigió a nuestra ciudad en carro ya que, con buen criterio, no se fió de la proposición del guía que había contratado de alquilar 3 caballos al precio de 50 francos diarios cada uno.
A diferencia de su pésima opinión sobre los españoles a los que califica de tontos, vanidosos, estúpidos, orgullosos y perezosos, entre otras lindezas, Sykes se sorprendió gratamente del carácter y costumbres de los murcianos y aunque encontró nefastas algunas como el regateo, el desinterés, el desconocimiento de idiomas extranjeros, el uso excesivo del aceite de oliva, la falta de mantequilla o la poca calidad del tabaco, su valoración general resultó positiva, considerándolos “gente realmente buena”, a pesar de sus aciagas experiencias tanto con el referido guía, del que se libró en cuanto pudo, como con el posadero, que le estafó 200 francos, justificando sus convecinos sus malas prácticas por ser ambos “catalanes y anticlericales”. Lo que no pasó inadvertido a su experta mirada fue la presencia en nuestros antepasados de ciertas características y rasgos árabes: “obviamente los murcianos son árabes, más árabes que los argelinos”, lo que explica debido a mezcla de los musulmanes obligados a convertirse para no ser expulsados con la población cristiana. En cambio, lo que no resultó ser de su agradó fue la ciudad, de la que dice que “no es bonita ni tiene buenos edificios”.
Ultimados los preparativos, se puso en marcha en dirección a nuestra ciudad realizando escala en Mula donde debió cambiar el carro por burros ya que indica que las últimas 25 millas (poco más de 40 kilómetros) las hizo montado en uno de ellos. Continuó atravesando Bullas y Cehegín, “cruzando colinas boscosas” y “pasando casas de campo con extraordinarios jardines silvestres” hasta que por fin llegó a Caravaca, donde permaneció una jornada, durante la cual visitó el castillo y adoró la Cruz, describiendo con detalle las circunstancias en que se produjo. Tras pernoctar, pero sin apenas descanso por los constantes tañidos de las campanas, Sykes formó una nueva caravana contratando los servicios de 2 arrieros, 2 burros y 2 caballos, reemprendiendo la marcha en dirección a Yeste donde fue sorprendido por una tormenta que le hizo enfermar. Previamente había pasado por el Sabinar, lugar que describe como “mucho más pobre que la mayoría de los pueblos árabes, pero más limpio”.
El texto completo de su estancia en nuestra ciudad es el siguiente (agradezco a José Costa Sánchez, profesor del IES San Juan de la Cruz, su traducción, ya que el libro no se ha editado nunca en nuestro país): “Mi viaje continuó. Fuimos de Mula a Bullas y de Bullas a Cehegín, y de Cehegín a este lugar, cruzando colinas boscosas, pasando casas de campo con extraordinarios jardines silvestres y árboles, y cada dos horas atravesando un pueblo del tamaño aproximado de Driffield, no demasiado pintorescos. Todos tienen una iglesia, ciertamente hermosa por el efecto lumínico del interior, y poco más. Cabalgamos sobre asnos durante veinticinco millas. Aquí en Caravaca hay alrededor de 30.000 habitantes. Dicen que nunca antes habían visto a un inglés. Hay un castillo morisco en lo alto de la colina a la que subí: un viejo sacerdote y tres policías y una horda de chiquillos estaban ante la puerta de una extraordinaria capilla de mármol rojo en medio de las ruinas del castillo. Entré, y como hice una genuflexión el viejo sacerdote me miró con mucha curiosidad. Al poco rato me hizo una señal para que me acercara al Altar, cosa que hice; se puso por encima un sobrepelliz, un chiquillo hizo sonar una campana y todos se arremolinaron en las barandillas. Fui conducido hasta los escalones del Altar, el viejo sacerdote se arrodilló, el chiquillo tocó la campana, el sacerdote abrió el Sagrario, el chiquillo volvió a tocar la campana, el sacerdote sacó un paño de color púrpura y se arrodilló, el chiquillo volvió a tocar la campana; entonces el sacerdote abrió el paño y se produjo una especie de resplandor de luz, diamantes, rubíes, zafiros, y ópalos -una cruz de cerca de seis pulgadas de largo. Hoc est lígnum crucis, dijo el sacerdote, y me la dio a besar, y luego a los chiquillos y a los policías. Esta es una famosa reliquia, y se llama la Cruz de Caravaca. Anoche apenas dormí por culpa de las campanas. Ya no puedo seguir escribiendo- Termino.”

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