ANTONIO F. JIMÉNEZ
Los ganchos periodísticos pueden llegar a ser perniciosos. Ahora que la coyuntura de la ola de calor pide temas que giren en torno del sol, se saca uno un artículo de la manga sudada y se pone a recomendar un libro para estos días de canícula como por ejemplo Pedro Páramo de Juan Rulfo. En vez de ofrecer instrucciones sanitarias sobre cómo afrontar las calores, va uno y sugiere adentrarse en el territorio infernal y fantasmagórico de Comala, ese Jalisco sempiternamente en llamas que fue inspiración, modelo y germen del famoso boom. La otra narración de Juan Rulfo se llama precisamente El llano en llamas. Si a alguno de ustedes se le asomara de repente el deseo repentino de querer proclamar a los cuatro vientos ardientes eso de que al menos una vez en su vida ha logrado leerse la obra entera de un autor, yo le aconsejo que empiece por Rulfo, que solo tiene las dos señaladas y otra menos conocida llamada El gallo de oro, una novela corta que me la recomendó el otro día un veterano periodista que fue durante muchos años redactor jefe de la revista Triunfo, Víctor Márquez Reviriego, que al llegar a la redacción donde yo hago prácticas me dice, tienes que leer esto y lo otro, mientras yo no doy abasto apuntando recomendaciones del viejo maestro que ha leído más que toda mi generación junta. De modo que ahora me avergüenzo de estar sacando provecho de la insoportable maldad del sol y escribiendo que sería oportuno leer a Rulfo y tal y cual. Después de esto, solo me queda decir que a dormir en cueros y a meter botellas de agua al congelador se ha dicho. Pero ojo con el ansia de tragar, que las anginas se resienten y no hay cosa más jodida que tener fiebre con cuarenta grados en la calle.