FRANCISCO MARTÍNEZ LÓPEZ
Se quitó el calzado y se despojó de la ropa. Subió las escaleras pausadamente, como si fuese lo último que iba a hacer en su vida, con la mirada clavada en cada escalón, como si cada paso que le conducía al vacío fuese el último. Tantos esfuerzos, tantos sacrificios y todo estaba a punto de terminar, era cuestión de un segundo, tan sólo un instante y todo habría acabado. Cuando llegó al último peldaño respiró profundamente, avanzó unos pasos y miró hacia el abismo. Colocó cuidadosamente los pies en el borde y los dedos se curvaron aferrándose al filo del precipicio. Sus pupilas se dilataron, el cuerpo se tensionó y una sensación de angustia se apoderó por un instante de él. La multitud que se había congregado debajo gritaba, levantaban los brazos y gesticulaban en un vano intento de enviarle un apoyo desesperado, pero él parecía estar ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor, la realidad parecía detenerse y flotar como suspendida en una extraña atmósfera. Ya no podía volver atrás, la decisión estaba tomada, tan sólo era cuestión de dar un paso adelante y la gravedad haría el resto. Fue entonces cuando vio entre la multitud el rostro de su mujer abrazando fuertemente a su hijo, supo que no podía esperar más, y saltó. El alboroto del gentío que contemplaba la escena cesó por un instante, su cuerpo giró en el aire realizando una pirueta casi inverosímil para finalmente precipitarse en picado como una barrena: doble con tirabuzón, diez puntos, medalla de oro.