Ya en la calle el nº 1040

Busco a dios

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSE MANUEL KOPERO

Después de una infancia de fe ciega, una adolescencia a las puertas del seminario y una entrada a la adultez agitada, siento que he perdido algo: al padre que todo lo ve y todo lo oye. Claro que, para ser sincero, he de confesar que no he estado mal. A ver, mi vida ha seguido en su línea, con los cambios propios de la edad, con los conflictos internos y toda la pesca. Relajado a ratos, alterado en otros momentos. El caso es que anoche me sorprendí a mí mismo diciendo: «necesito un dios, me da igual cuál».

Pedí consejo y un amigo muy cachondo me recomendó rezarle a un gato. Otro a una lámpara. No se trata de rezar, se trata de confiar en que todo va como debe ir, en que la vida tiene sentido, que alguien vela por mí y en aquello de que el sufrimiento es útil para mi evolución personal y algún fin mayor que vete a saber tú en qué desencadenará.

Por mucho que a algunos les pique, en la iglesia no encuentro a Dios. No veo la representación viva de Jesucristo. Tampoco la muerta. Y en este caso no solo me refiero a la persona o al ente, sino a su filosofía y sus enseñanzas, que son las que importan. ¿Dónde están? Allí no. Y en su ausencia se hace destacar la del de arriba. Acudir a los ritos religiosos en su búsqueda es inútil, al menos para mí. ¿Recordáis la película Contact? Pues me siento un poco Jodie Foster esta mañana.

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