Ya en la calle el nº 1037

Bufón escarlata

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ISABEL ESPÍN/Fotografía David Espín Serrano

Convicción ante los demás, e incertidumbre ante uno mismo. La tranquilidad y el desasosiego se alían para engendrar el temor. El temor es la zozobra permanente que se oculta bajo miles de capas, es más que miedo a lo que podría ocurrir o a lo que no. Camuflado, en cada uno y delante de todos, se entremete en la mayoría de acciones y pensamientos de nuestro día a día. Y en el silencio eterno. En ese callar aterrador que no dura más de un moEncadenadoimiento en las manecillas del reloj tembloroso que exhala su último suspiro, el mismo que nos encierra perpetuamente en una cárcel de desesperación y dolor.
Mas, no es todo tan fúnebre como pudiera creerse debido a que en esa solitaria prisión se edulcora el mundo para convertirlo en una realidad fantástica con castillos, dragones y princesas. El fantasma de la felicidad entonces intercede para dibujar en un cuadro de ilusión a un bufón vestido de rojo, el cual piruetea en un jardín poblado de pavos reales y libélulas. Una libélula veloz vuela bajo la vaga burla del verdugo que esboza al soberano libre. Sin embargo, ¿librado de su construcción irreal que queda sino una jaula de mármol?
Un caballero medieval no titubearía y se enfrentaría a mil dragones para que así otros narren su epopeya. No obstante, la hazaña de combatir contra sí mismo supondría una callada y deshonrosa victoria que destruiría y retornaría al principio de lo eterno donde el temor aún no se habría implantado, donde no existiría diferencia alguna entre nuestro yo y el yo que los otros ven, donde la felicidad dejaría de ser un espectro.

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