Ya en la calle el nº 1041

Bartolo Caparrós

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

De los hombres vinculados al mundo de la música militante, que no se han conformado con vivirla y disfrutarla para sí mismos, sino que la han producido y colaborado a su divulgación, es un ejemplo local Bartolomé Caparrós Molina, quien por su forma de ser y permanente actitud de servicio a la sociedad local, goza de gran popularidad en todos los ambientes sociales caravaqueños.

Vino al mundo en la primavera de 1940, siendo el menor de los hijos que engendraron Felipe Caparrós Teruel (de la familia de los sastres), y Petronila Molina Bergoño, quienes establecieron el domicilio familiar, tras su matrimonio, en el número 17 de la calle del “Porche”, donde también nacieron sus hermanos mayores Virginia y Adrián.

Conoció las primeras letras en el colegio La Santa Cruz, de la mano de venerables maestros locales como Dª. Pilar Peña D. Ezequiel Moreno, D. Francisco de Haro y D. Pedro Luís Angosto, cursando estudios posteriores en el colegio “Niño Jesús de Praga” de los Carmelitas Descalzos con los padres José Manuel y Rafael. La preparación para su incorporación a la vida laboral tuvo lugar en la escuela-academia de D. Vicente Mora, durante muchos años en la C. “Arbizú.

Se libró del servicio militar por tener a su cargo a sus padres, ya sexagenarios, y obtuvo su primer empleo, como pinche, en la mercería y paquetería de Diego Marín (en la C. “Mayor”), trabajando posteriormente, ya como administrativo, en la gestoría de Pepe Salas (en la Pl. del Arco), en el negocio de alimentación de Dimas Sánchez Díaz, en los de construcción de “los Canastas” y “Hormigones Relosa”; haciéndolo al final de su vida laboral, ya como comercial, en la firma “Vinoarte” de Murcia, TGT, y en la venta de quesos con el conocido industrial caravaqueño Tedi.

En el otoño de 1967 contrajo matrimonio con Rosa Llorente, estableciendo el domicilio familiar en la C. “Puentecilla”, donde nacieron sus tres hijos y donde vivió con ella durante cuarenta y cinco años, hasta su muerte.

Sus inicios en el mundo de la música tuvieron lugar en el grupo que los mayores recuerdan con el nombre de “Orquesta Tropical”, en la que actuaban los hermanos Pepe y Pedro José Martínez Nevado (saxo alto y violín respectivamente). Salvador Romera y su hermano Juan (Chavos) la trompeta; Julián (saxo tenor), José Moreno (clarinete) y Pepe Robles (al frente de la batería), siendo este último quien le dejó hacer sus primeros “pinitos” en el mundo de la percusión. Con la citada orquesta visitó Bartolo pueblos del entorno geográfica local como Santiago de la Espada, donde actuaban por la noche en los bailes y, durante el día como charanga amenizando festejos de diversa naturaleza.

En 1959 comenzó a asistir a la Academia de la Banda de Música Municipal (entonces y durante muchos años en la placeta del Santo), a instancias de su amigo Paco Navarro Sánchez, recibiendo enseñanzas del maestro Jesús Fernández, y los consejos de su amigo José Antonio Bruno Santillana (“Santi”), a quien siempre consideró como su maestro en el manejo de la percusión. Como recordará el lector, Bartolo, junto a Santi, fueron iconos permanente en la Banda de Música, manejando la “caja” con maestría inigualable entre los años 1959 y 1983.

En 1963 se integró en el coro de la compañía local de zarzuela que dirigía y sigue haciéndolo José Antonio López Navarro “Jata”, en la que, a partir de 1996 heredó el puesto de “apuntador” que durante años había ostentado su hermano Adrián.

Simultaneando la actividad laboral y sus aficiones abrió comercio de instrumentos musicales frente a la iglesia mayor del Salvador, época que recuerda como muy gratificante pues le permitió el contacto directo con músicos profesionales y aficionados, y no sólo de Caravaca sino de toda la Comarca Noroeste.

Vinculado al mundo cofrade semanasantero con la llegada del nuevo siglo, se instaló en la cofradía del Santísimo Cristo de la Misericordia (los populares “coloraos”) de la que fue presidente cuando se decidió por la Junta de Cofradías y el Ayuntamiento renovar todos los tronos, siendo la suya la primera en hacerlo, trabajo en el que encontró siempre el apoyo y la colaboración de su sobrino Adrián y de su buen amigo Ricardo Hoyos entre otros. En la actualidad figura asiduamente en los cortejos procesionales de la Semana Santa Caravaqueña tocando el tambor en solitario tras la imagen del ya citado Cristo de la Misericordia, así como de “nazareno de fila” en la procesión del Silencio, desde que Alfonso, el Caillo, lo comprometiera para ello. También ha sido secretario de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa local con los presidentes Adrián Caparrós y Mari Carmen López Navarro.

Festero militante en la cábila de los Reales Halcones Negros del Desierto, y caballista de la peña “Minipúa”, confiesa, sin embargo, que su dedicación a la Banda de Música le impidió entregarse al mundo de la fiesta como le hubiera gustado.

Desde 1971 intervino primero en ASCRUZ y luego en APCOM, a partir de su creación, institución en la que permanece como vocal en la junta directiva de la misma. En la actualidad compagina su actividad en APCOM y en la Semana Santa, con la asistencia a clases de informática incluido en el programa MENTON del Ministerio de Educación, que se desarrolla en el edificio histórico del colegio Cervantes, donde es aventajado discípulo del profesor Juan Carrasco, y donde coincide con compañeros ya jubilados de su actividad laboral como Eusebio Cantero y Paco Bonas, entre otros, las mañanas de los miércoles y viernes.

Impenitente seguidor del Atlético de Bilbao, afición en la que le siguen dos de sus tres hijos, conserva en su memoria anécdotas sin cuento de todas sus actividades, las cuales ordena sistemáticamente en volúmenes manuscritos ilustrados con impresos y fotografías, que constituyen un tesoro documental para la historia contemporánea de la ciudad y sus gentes, los cuales tiene intención de donar al Archivo Municipal en su día, lo que constituirá, sin duda, un valioso fondo documental, nada desdeñable, para quienes se encarguen en el futuro de reconstruir el pasado histórico caravaqueño durante las segunda mitad del S. XX y primeros años del XXI.

 

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