Ya en la calle el nº 1040

Banesto

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca.
Como es sabido, el primer banco que se instaló en Caravaca (que no caja de ahorros, cuya existencia es anterior), fue el Banco de Cartagena, que lo hizo en 1908 en la C. del Colegio, frente a la puerta menor del Salvador y edificio en cuyo bajo se encuentra hoy el Bar Alambra. Luego lo haría, en la C. Mayor el Banco Industrial de Comercio por poco tiempo, y después, en los años veinte del pasado siglo el Banco Español de Crédito (BANESTO), instalado también en la C. Mayor y bajos de la casa de D. Pedro Antonio Moreno (esquina a Cuesta de D.Álvaro), quien fue su primer director hasta después de la Guerra Civil.


De sus primeros años de andadura en la actividad económica, local sabemos gracias a la información facilitada por D. Juan Fernández Sánchez, (Juan El Naranjero), cuyo apodo es tan antiguo y tan indefinida su causa que, cuando él preguntaba a su abuelo por el origen del mismo, éste le contestaba que esa misma pregunta se la hacía él al suyo sin obtener respuesta.
Con Juan, El Naranjero, que es uno de los más antiguos empleados vivos, junto a Juan Montoya Rico y José Rivero Jaén (pues Manuel Rubio Guerrero acaba de fallecer), recordamos el espacio físico de la sucursal bancaria en cuestión, con entrada desde la C. Mayor y con ventanas a esta misma calle y a la Cuesta de D. Álvaro. Era éste un espacio cuadrangular con gran patio de operaciones separado de los empleados por un mostrador con cristaleras en las que se abrían tres ventanillas desde donde se atendía a la clientela por mi abuelo José Antonio Melgares Talavera, Mateo Sánchez y Juan Fernández Rodríguez. Tras las ventanillas estaba el departamento de impagados, al frente del cual estaba Pepe El Pajarico. En Contabilidad Pedro Sánchez García, Pedro López Muñoz (Perico Rizao), José Rivero Jaén y mi propio padre Gustavo Melgares Cuevas. Pedro Manero en Correspondencia y Rafael Satorre en Incidencias. Otros empleados, hasta completar la nómina de 24 que había en los últimos años cincuenta del pasado siglo fueron los directores que siguieron a Moreno: D. Manuel Fernández Garrido (que vino de Valencia), D. Gregorio Gálvez Casilla, D. Ángel Orgilés y otros, después, en tiempos más modernos (entre quienes los había más valientes en la concesión de créditos, y más prudentes a la hora de los préstamos).
Entre los interventores: un tal D. Agustín y luego D. Aurelio Ureña Camarasa (que venía de Guadix), D. Rafael Sánchez Cascales y D. Juan José Carrasco Negro. Entre los demás, los más antiguos fueron Pedro y Mateo Sánchez García, y José López Alfocea, el Pajarico. Con el tiempo fueron llegando José López Godínez, Anselmo Robles González, José López González (Pepe Lola), Pedro Robles Guerrero (Perico el Fino), Francisco, Manuel y José Rodríguez Martínez, Manuel Sánchez Guerrero (Manolo el Gajo), José Sánchez Portaña (el Gabacho), Romualdo Robles Sabater, Pepito el Pajarico, José Alarte Rodríguez, Migel Ángel Martínez López, Manuel Guerrero Gamara, Juan López Navarro y Antonio y Jesús Sánchez Navarro. Entre los más jóvenes: Manuel Portaceli, Tomás Rubio, Pepe López y Juan el Pajarico, algunos de los cuales comenzaron a trabajar como botones, calidad en la que se comenzaba antes de los 16 años. Había empleados que venían de fuera con una misión específica, y permanecían en plantilla sólo temporalmente. Otros venían de inspección anual y otros en inspecciones puntuales.
La oficina contaba con un gran espacio interior, sin luz, donde se encontraban las máquinas copiadoras encargadas de copiar toda la correspondencia, que en centenares de cartas entraba diariamente, y la contabilidad, que se llevaba a mano a base de sumas y restas interminables que los contables hacían de cabeza. El cobro de letras se hacía por los cobradores a domicilio, en horario prolongado de mañana y tarde, para encontrar a los deudores en sus domicilios, de todo lo cual era responsable Manuel Rubio Guerrero, como Jefe de Cartera.
En los primeros años sesenta BANESTO propició la edificación de un inmueble de nueva construcción en la Gran Vía, a cuya planta baja se trasladó la oficina desde la C. Mayor, siendo director Ángel Orgilés.
Recuerda nuestro informante el gran compañerismo que reinaba entre todos los miembros de la plantilla. También recuerda a los más importantes clientes: D. Francisco Rigabert Anadón, Higinio Carrascal y los fabricantes de alpargatas Antonio García Navarro, Coscorrones, Juan Gironés, Juan Celdrán, Pablo Celdrán y Mariano Martínez Reina, además del empresario Juan López Guerrero (Juan Ford).
El horario laboral, inicialmente era partido: entre las 9 y las 14 y desde las 16 a las 19. Posteriormente llegaría el horario ininterrumpido de 8 a 15. La fiesta, y no sólo de BANESTO sino de toda la gente relacionada con el mundo de la banca era cada año el 4 de noviembre, fiesta litúrgica de S. Carlos Borromeo. En esa fecha se asistía a misa en El castillo y se celebraba comida de hermandad en el Hotel Victoria, que pagaba el propio banco, en la que su dueño José Mari se esmeraba en la mesa y a la que se invitaba al Capitán de la Guardia Civil, al corredor de comercio José María Trueba de la Cantolla y a su jefe de oficina José Richarte Pérez (incorporado a aquella en tiempos del corredor Manuel Sánchez Quiñonero). También se invitaba a clientes preferentes, como era el caso habitual de Juan Ford.
Juan el Naranjero, nuestro informante, entró en BANESTO en 1953 al regresar del servicio militar, como cobrador interino, hasta que en 1956 se integró en la plantilla como Oficial Primera (puesto hasta entonces denominado Ayudante de Caja), al jubilarse mi abuelo José Antonio Melgares Talavera. Su sueldo de 300 pts mensuales le permitió casarse (el 12 de mayo de 1957) con María García pérez, jubilándose a los sesenta años, con 35 de servicio, en 1988.
Su postrer recuerdo es para las residencias de verano, que BANESTO ofrecía a sus empleados para que, en turnos de quince días, a precios muy asequibles y fácilmente pagaderos, disfrutaran, con sus familias, de sus vacaciones estivales. Dos eran estas, una en la localidad de Cercedilla (en la madrileña Sierra de Guadarrama, muy cerca de El Escorial), y otra en Estepona, en plena Costa del Sol. Una y otra eran hoteles de gran lujo, propiedad de la entidad, que no sobrevivieron al desarrollismo urbanístico durante los años en la Dirección General del Banco de Mario Conde.
Aquel BANESTO, que rivalizaba profesionalmente en Caravaca con el Banco Central (también instalado en la C. Mayor hasta su igual traslado a la Gran Vía), era toda una institución en la vida social y económica local, teniéndose a sus directores por autoridades que asistían a actos de naturaleza varia, junto al Alcalde, Jefe local del Movimiento, Capitán de la Guardia Civil, Presidente de la Hermandad de Labradores y Jefe de los Sindicatos.
El tiempo fue poniendo cada cosa en su sitio actual, llegando y multiplicándose las cajas de ahorros y las sucursales de otros bancos. Las jubilaciones anticipadas, las reducciones de plantilla y el largo etcétera que el lector puede observar en la actividad bancaria actual, tan diferente con la llegada de las modernas tecnologías, a la que tenía lugar en la España en blanco y negro del ecuador del S. XX .

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