Ya en la calle el nº 1040

Balance

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Montserrat Abumalham

Como una especie de examen de conciencia y de ejercicio de memoria, suelo hacer balance de lo acontecido en un año que termina. Sin embargo, al final de este 2021 que, aunque no lo parezca, no ha sido tan aciago como su predecesor, no siento el menor interés por hacer recuento de lo pasado.

Es verdad que nos han abandonado personas a las que queríamos y algunas otras que, sin ser amigas o cercanas, por su proyección cultural, política o de cualquier índole, las sentimos como algo propio y nos dejan un cierto vacío. También se nos ha anunciado la llegada de nueva vida, lo que es sin duda un signo de esperanza. Han florecido árboles y plantas, para luego adormecerse con el invierno. Ha llovido y salido el sol. El mar se ha alborotado amenazante, pero también se ha vuelto manso y semejante a un gran espejo sobre el que pareciera que se podía caminar o incluso patinar.  Ha habido encuentros agradables y experiencias gozosas. No obstante, noto una cierta laxitud que no me anima a establecer un recuento pormenorizado del detalle de cada hecho o situación.

Tratando de hallar la causa de esta sensación de dejadez e indiferencia hacia el balance de fin de año, me doy cuenta de que la única posible explicación es que me he hecho consciente, aunque ya lo sabía, de cuán falsas son nuestras expectativas, de que estamos sujetos siempre a la incertidumbre. No poseemos nuestro presente y mucho menos nuestro futuro y la memoria de lo acontecido no deja de ser una sombra cuyos ribetes recortamos y destacamos un poco a capricho, pero que, en cualquier caso, corresponde a algo que ya fue y no existe. Tal convencimiento no impele a hacer planes, a esperar nada del futuro. Es afirmación en boca de muchos que la pandemia nos ha enfrentado a nuestra fragilidad y a la falta de certezas acerca de cuál sea nuestro tiempo útil o productivo.

Es decir, nos hemos hecho conscientes de que la muerte es nuestro más seguro destino y ante ella solo cabe apurar el presente, pero no tanto planear un futuro. Hay que consumir cada instante como si fuera el último, pero no intentar resolver conflictos o rellenar carencias que se dieron en el pasado. En definitiva, eso significa no hacer planes, no proyectar.

Por eso, contemplo con asombro las maniobras cínicas de algunos hombrecillos que manipulan descaradamente las normas para perpetuarse en el poder, o las de aquellos otros seres mezquinos que desprecian la amistad o la fraternidad y solo pretenden usar de los demás para un beneficio corto y miserable. Si tener como horizonte en la vida el poseer vidas y haciendas, siempre fue algo deleznable y digno de desprecio, más lo es esa ambición menuda y mezquina que finge aprecio por los demás, cuando lo único que se busca es arrimarse a un árbol cuya sombra parece ser protectora.

Si tras la experiencia de muerte, pobreza, desolación y angustia, soledad y dolor que un algo invisible nos ha hecho padecer, no comprendemos que hay que dar un giro a nuestras expectativas, es que estamos ciegos y sordos.

Como no se puede vivir sin proyectos, sin embargo, para el año próximo espero y deseo que para muchos ojos se haga la luz y para muchos oídos la palabra verdadera sea música.  Que todos tengamos un buen año 2022.

 

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