Ya en la calle el nº 1041

Aventuras y desventuras de “Machaquito” y “Pepe-Hillo” en Cehegín

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García

Los hechos que a continuación se relatan tuvieron lugar en Cehegín el 11 de septiembre de 1903 originando el primer escándalo de su Plaza de Toros, un lamentable suceso “nunca visto en los anales del toreo” que protagonizaron el cordobés Rafael González “Machaquito”, tercer Califa del Toreo y uno de los astros del momento, y el madrileño de Leganés Cayetano Leal “Pepe-Hillo”, torero de discreta trayectoria, que debía su apodo a que el día de su presentación en Madrid lo hizo vestido al estilo de la época del matador que hizo célebre este apelativo.Para la comprensión de lo sucedido hay que considerar que se produjo bajo reglamentaciones diferentes a las actuales y en época en que se toleraban ciertos comportamientos que hoy son totalmente inadmisibles.

Cayetano Leal (Pepe-Hillo)
Cayetano Leal (Pepe-Hillo)

La corrida organizada para las fiestas de 1903 se preparó con todo cuidado, contratándose para ella al número uno del escalafón, el cordobés Rafael González “Machaquito”, que había conquistado a la afición ceheginera dos años atrás en su actuación en la segunda corrida de inauguración, en la que salió en hombros tras cortar sendas orejas a dos de sus tres toros y a Juan Sal “Salerí”, que había gustado mucho en su presentación el año anterior, aunque este finalmente no pudo actuar al no estar recuperado del percance sufrido en Zaragoza, siendo sustituido por Cayetano Leal “Pepe-Hillo”, de menos tirón popular, lo que no repercutió en la taquilla ya que, según refieren las crónicas, la corrida se celebró con “mucha animación”. En cuanto a los toros, volvieron a confiar en los de Carreros, que el año anterior estuvieron “superiores”, matando 16 caballos.

El incidente tuvo lugar en el quinto toro, que correspondía a “Pepe-Hillo”. Hasta entonces la corrida había transcurrido con normalidad, aunque sin la brillantez esperada a pesar del buen juego del ganado a excepción del señalado. “Pepe-Hillo”, vestido de plomo y oro, había lidiado con decoro al primero de la tarde consiguiendo cortarle una oreja, pero había estado huidizo y temeroso en su segundo. Por su parte “Machaquito”, de morado y oro, si bien tuvo una correcta actuación en sus tres toros siendo premiado con la oreja del cuarto, no terminó de satisfacer las altas expectativas de la afición: “No hizo más que salir del paso, aunque se le aplaudieron algunas cosas”.

Y así llegamos al quinto, un toro negro de nombre “Cabrito” herrado con el número 45, que sembró el pánico en el ruedo desde su salida, derribando tres caballos y matando dos de ellos. Ante la pasividad del matador tuvieron que hacerse cargo de su lidialos miembros de la cuadrilla, que también se las vieron y se las desearon para banderillearlo. Tanteadas las condiciones y comportamiento del morlaco, “Pepe-Hillo” no quiso ni verlo, limitándose a un brevísimo trasteo calificado por uno de los cronistas de “danza macabra, adornada de achuchones, coladas y desarmes”, previo a un pinchazo y media estocada escupida por el toro, “de la cual sale el espada perseguido obligándole a tomar el olivo”. Durante este intento el matador madrileño se cortó en dos dedos, retirándose inmediatamente a la enfermería para ser curado, por lo que el toro se quedó solo en el ruedo. El público, que desconocía los motivos de la desaparición del torero, comenzó a protestar exigiendo que continuase la lidia. Entonces “Machaquito” se dirigió a la enfermería para enterarse de lo que estaba sucediendo, diciendo al salir que su compañero no estaba imposibilitado y que por lo tanto a él no le correspondía la lidia y muerte del toro. Como la bronca arreciaba el astro cordobés subió al palco para informar al alcalde Miguel de la Ossa, que oficiaba de presidente, que su compañero de cartel había sido curado pero que se negaba a salir aunque, según los médicos, no tenía impedimento alguno. Ante esta situación la presidencia ordenó el encarcelamiento del torero y la vuelta del toro a los corrales, lo que  disgustó más aún al público que incrementó sus protestas pidiendo que fuera “Machaquito”quien lo matara, pero este volvió a negarse, repitiendo que no tenía obligación a hacerlo, aunque muchos pensaron que el verdadero motivo era que  tenía “mas miedo que Pepe-Hillo”. Como la empresa no disponía del cabestraje necesario para devolverlo al corral, los múltiples y variados intentos resultaron inútiles, negándose también el animal a entrar, por lo que desesperados y en medio de una bronca monumental, optaron por la desafortunada solución de salir al ruedo dos picadores armados con estoques montados en sus caballos para intentar matarlo. Al no poder tampoco se les unieron tres banderilleros a pie igualmente armados con estoques y así, entre todos, en medio de un ensordecedor griterío y con un sin fin de cuchilladas finalmente lograron abatirlo.

Este escandaloso proceder fue ampliamente censurado en las tres crónicas que conozcode este festejo; en realidad dos: El Liberal de Murcia y El Siglo Nuevo, ya que La Luz de la Comarca sustituyó la crónica por una extensa denuncia de lo acontecido haciendo responsables de ello a la empresa, presidencia y matadores: “en parte alguna, ni aún en el último villorrio de España se debe tolerar ni consentir que los picadores salgan en el último tercio montados en sus cabalgaduras con los estoques de los matadores a mechar una res que el insuperable canguelo de los espadas ha dejado viva”.

Con el paso del tiempo el suceso fue olvidándose aunque nunca del todo, desapareciendo de la historia “Pepe-Hillo” y contándose como si le hubiera sucedido a “Machaquito” con uno de sus toros, quedando como una tacha en su brillante carrera.

Además de los citados contamos con un testimonio excepcional, nada más y nada menos que el del propio “Machaquito” que en una amplia entrevista, cuyo texto respeta su andaluza forma de hablar, incluida en el libro de 1912 “El torero de la emoción”ofrece su versión de los hechos, añadiendo un desconocido y gracioso incidente que tuvo lugar cuando intentaba abandonar la ciudad: “Lo de Cehegín fue uno de esos fracasos gordos que tienen los toreros; en las tertulias de aficionados y hasta en la prensa se comentó la cosa con exageraciones, como siempre que la bola de alguna fechoría corre de boca en boca. Veráis ostedes. Debíamos matar seis toros deCarreros, «Pepe-Hillo» y yo. En los primeros cuatro toros marchó la cosa bien; a él y a mí nos aplaudieron mucho, y hasta nos dieron una oreja a ca uno; pero zalió el quinto, un mal ange, con las de siete gatos en er buche, y aquello fué er delirio. Pa parearlo pasaron las morás. Cayetano agarró la espá y salió pa matarlo. A los dos pases le había ya tirao el morito dos gañafones, de los que está uno viendo la corná: se perfila, por fin; va a arrancar, le desarma la res, y al caer el estoque le hace una cortaúra pequeña en un, deo y se me mete dentro. Yo, que me jamo la partía, voy detrás. -Hombre, ha er favó.  -Ni a tiros. El médico se lo dice también; no hay forma; me llego al presidente. -Señó presidente, puesto que el mataor no lo quiere matar, que lo echen al corral. El presidente comprende mi razón; pero no hay mansos ¡ni corral! ¡Se arma la bronca padre! El público empieza a tirar piedras. El presidente ordena que fusile la res la Guardia civil y el capitán se opone.«Telillas» dice que él la quiere matar desde el caballo, y montado en un penco, con una espá en la mano, le tira dos viajes que no la logran. «Camará», Luis, mi mozo, y mi hermano José, echan mano de espás y de puntillas, y se arma una de lancetazos, hasta que er «Camará», desde la valla, mete dos tersios de espá por el coillo.Pero no fué eso lo malo: con el broncazo armao, salió el último toro. No tuve suerte en él, y el público se puso ya imposible. Al salir nos encontramos con la puerta cerrá. Pepe el Largo quíe echarla abajo con la garrocha, pero no lo consigue. Nosotros, que no podíamos perder el tren, pues al día siguiente teníamos que torear, no vemos más camino que saltar por las tapias, y vestíos de toreros y a campo atraviesa llegamos a la estación casi en el mismo momento que iba a arrancá el exprés. ¡Zeñores, las que pasé aquer dia! ¡Yo es la tarde en que he sentío más chillíos!”.

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