Ya en la calle el nº 1040

Antonio, el de la Pegaso

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Cuando comenzaba a organizarse el parque empresarial existente actualmente frente al cuartel de la Guardia Civil, un negocio pionero en el mundo de la restauración revolucionó el sector, con la oferta gastronómica que puso a disposición de sus innumerables clientes un emigrante que, por deseo de su mujer, regresó de Barcelona y se estableció en Caravaca.

Se trata de Antonio Martínez Marín, conocido popular y cariñosamente como Antonio “el de la Pegaso”, quien vino al mundo en noviembre de 1937 en Benablón. Sus padres Pedro José y María (modista de profesión), se lo trajeron a la ciudad con pocas semanas de vida, estableciendo el domicilio familiar en el barrio del Egido, en las inmediaciones de la Plaza de Toros.

Conoció las primeras letras junto al recordado maestro D. Ezequiel, en la escuela del Salvador y muy pronto se incorporó a la vida laboral en el mundo de la fabricación de calzado, con Pablo Celdrán, hasta que con catorce años marchó a Barcelona. Hizo el servicio militar en la localidad valenciana de Paterna y, “con los papeles bajo el brazo” regresó a la Ciudad Condal donde se colocó como camarero en un bar frente al Hospital Clínico, en la C. Casanova, donde el dueño del mismo, Pablo, le enseñó todos los secretos del oficio, y donde permaneció durante el resto de los años de su estancia en la capital catalana.

Allí conoció, casualmente, a quien poco después sería su mujer, Pepa Guerrero Sánchez (hija del popular Antonio “el Maza”), de visita ocasional en Barcelona, con quien contrajo matrimonio en junio de 1965, y con quien trajo al mundo a sus dos hijos: Mari Cruz (Macu) y Pedro Antonio; la primera nacida en Cataluña y el segundo en Caravaca, a donde vino Pepa a dar a luz, junto a sus padres, quienes vivían en el Camino del Huerto.

A pesar de la situación acomodada en que la familia vivía en Barcelona (en la C. Andalucía del barrio de Sants, muy cerca de la estación de Renfe y de la Pl. de España), Pepa logró de su marido el regreso a Caravaca en diciembre de 1980, estableciendo el domicilio familiar en el Camino del Huerto, y casa que fue de los padres de ella, donde vivieron durante diez años.

La aventura de abandonar Barcelona y regresar a Caravaca se vio compensada con la oferta que Diego González, gerente de las marcas “Pegaso” y “Jon Dehere” hizo a Antonio para hacerse cargo de la repostería del bar situado en el bajo del edificio de nueva planta erigido por la concesión, en la carretera de Murcia, en los comienzos temporales del actual parque empresarial.

El negocio cobró enseguida fama local y comarcal, gracias a la oferta gastronómica de elaboración personal, con Pepa en la cocina y Antonio en el servicio y atención al público. Se pusieron de moda las muy sabrosas pizzas allí elaboradas, cuando no existían aún pizzerías en la ciudad, desplazándose hasta el lugar gran cantidad de clientes que, junto a los empleados de las industrias cercanas y los guardias civiles del vecino cuartel llenaban a diario el local, sobre todo los sábados, tanto a medio día como por la noche, a la hora de cenar.

Las pizzas de Pepa, que ella misma elaboraba a partir de una receta facilitada por su hermana Carmen, hicieron furor entre la clientela y junto a ellas la ternera en salsa, los calamares también en salsa, la sangre frita con tomate, los caracoles, la escalibada y un largo etcétera de tapas atraían a la clientela a pesar de lo alejado del lugar desde el centro de la ciudad. Excepcionalmente y por encargos concretos, se servían comidas y cenas, aunque lo habitual fue siempre el servicio de tapas, con abundancia y variedad de quesos y una buena selección de vinos.

El local de “la Pegaso” no era muy grande, sólo siete mesas cabían en su espacio, que aumentaba en verano al montar terraza en el exterior.

Antonio y Pepa no contaron nunca con ayuda de camareros. Ocasionalmente tuvieron el apoyo de un profesional y también de su hija Mari Cruz los sábados, y siempre con la presencia de Ángeles y Cruz en las tareas de limpieza.

Entre los asiduos asistentes se recuerda al profesor Carlos Llamazares, al médico Teodoro Román, a los concejales Antonio Aznar, Joaquín Sánchez Guerrero, Rafael Pi Belda y el alcalde Pedro García-Esteller, junto a los ya mencionados guardias civiles, empleados y visitantes del parque empresarial.

El bar de “la Pegaso” permaneció abierto durante 27 años, cerrando sus puertas en 2007 al jubilarse Antonio quien, a partir de entonces y de manera voluntaria se empleo como comercial de Fernando, en su cercana fábrica de embutidos.

Un cáncer de pulmón, aparecido inesperadamente, acabó con su vida el 7 de noviembre de 2009, en su casa de la C. Trafalgar. Quienes le trataron y conocieron de cerca, lo recuerdan como un hombre afable y vitalista. Alegre, simpático y piropeador. Ayudanando a llevar la cesta de la compra a señoras conocidas y desconocidas los lunes de mercado. Aficionado al fútbol y seguidor del Barcelona. Apasionado por la música clásica y por el festejo de los Caballos del Vino. Asiduo a la ceremonia del Baño de la Cruz cada tres de mayo, y muy familiar, habiendo conocido a dos de sus tres nietos: Leticia, Pedro y Marta, quienes fueron su alegría durante sus últimos años de vida.

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