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Alice Guy, una vida de película

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GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

En los tiempos que corren escuchas a gente hablar y piensas que deberían haber nacido un siglo antes y aún serían antiguos, Y sin embargo, lees historias que te convencen que hay gente adelantada a su tiempo, que equivocaron su año al nacer y ya habían soñado cosas que para los demás solo eran pesadillas.


Eso le pasó a Alice Guy. Que realizó sueños que hoy se convierten en oscar de película, videoclip multimillonarios o trending topic, pero que entonces solo eran los juegos de una mecanógrafa en sus ratos libres.

Alice nació en Francia el 1 de julio de 1873, pasó su infancia viajando, hasta que su familia recaló en Estados Unidos. Como toda mujer de su tiempo, estudió mecanografía. El destino hizo el resto. Entre todos los oficios vino a caer como secretaria del dueño de la compañía fotográfica Gaumont.
Juntos, un 22 de marzo de 1895 acudieron a un evento rodeado de misterio: la proyección de Los trabajadores saliendo de la fábrica Lumière.

Solo eran eso, hombre saliendo de una fábrica. Pero Alice vio más allá. Mucho más allá. Soñó una forma de contar historias. Y eso fue lo que hizo con el equipo que su jefe le dejaba mientras no le restase eficacia su trabajo como secretaria. De esos ratos libres salió The Cabbage Fairy , un cortometraje en el que una mujer plantaba repollos de los que salían niños. Sería la primera película de ficción de la Historia. También tuvo la ocurrencia de grabar a los cantantes más populares cantando en playback, vamos, lo que viene siendo un videoclip musical y que tanto rentabiliza Leticia Sabatel en su faceta más hortera.

En 1899 rodó La crucifixión, una superproducción sobre la muerte de Cristo que contó con más de 300 extras. Y así una tras otra hasta más de mil películas en 24 años. Desde historias bélicas a romances, y hasta una que hoy se llevaría un oscar, A Fool and His Money., la primera película protagonizada íntegramente por actores negros, estrenada en un momento en el que todavía existían actores blancos que se pintaban la cara para hacer de negros. Que cosas.

Entre tanta historia no supo encauzar la suya propia. No vio venir al aprovechado de su marido, Herbert Blaché, junto con el que fundó Solax en 1910. Pero fueron su imaginación y su trabajo, su talento para saber contar historias y su valentía a la hora de exponerlas la que hicieron de Solax el estudio de cine más grande de Estados Unidos durante varios años.
Pero la vida, como las películas, también tienen tomas falsas. Tan falsas que ya es imposible montarlas ni en la cabina de Cinema Paradiso. Y mientras ella intentaba unir las mejores piezas, su marido se dedicaba a malgastar lo que ganaba y ligarse a las actrices que contrataban. Con una se fugo a Hollywood después de años de presumir de matrimonio perfecto.
Ese día Alice dejó de contar historias. Harta de todo y todos vendió lo que quedaba de Solax y en 1922 volvió a Francia.
No volvió a hacer ninguna película.
En 1957 la cinemateca francesa le concedió un homenaje, al que no acudió ningún periodista. Ya se apuntaba el final.

La cineasta murió en una residencia de ancianos en 1968, a los 94 años.
Un triste final para una vida de película.
Un triste olvido para un trabajo de cine.

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