Ya en la calle el nº 1037

Agustín Soler: la derrota del olvido

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

 Pedro Antonio Muñoz Pérez ([email protected])

Se llamaba Agustín Soler Asturiano. Era hijo de Juan Soler Miralles, guardia civil destinado en Archivel a finales de los años veinte y durante los treinta del siglo pasado, y de Dolores Asturiano Ruiz. Sus hermanas Pilar y Remedios Soler se casaron con Lázaro Pérez y Vicente “el Lucio”, respectivamente, vivieron y están enterradas en Archivel, como su padre y su madre. También tuvo un hermano llamado Antonio (“el chófer”), que vivió en El Sabinar. Y otra hermana, “la María Soler”, que emigró a Madrid. Un ¿primo? de Agustín, José Soler López (Unión Republicana), fue alcalde de Caravaca desde febrero hasta agosto de 1936, y su tío, Miguel Soler Miralles (de filiación socialista), fue elegido presidente del “Consejo Municipal”, cargo que ejerció en plena guerra civil, desde junio de 1937 hasta su dimisión, por motivos de salud, en marzo de 1938. Este es el rastro de su familia hasta donde he podido indagar.

Tumba de Agustín Soler
Tumba de Agustín Soler

De todos había noticia…, de todos menos de él. La pista para la historia que voy a relatar me llegó a través de Jaime Parra, el director de este periódico, a mitad del mes de noviembre pasado. Me preguntó si yo sabía algo sobre un archivelero que había muerto en un campo de concentración en 1945. No tenía ni idea. Pero el impacto que me causó la revelación fue tan grande que no tuve más remedio que ponerme a investigar y ampliar en consecuencia un par de páginas la extensión del libro sobre la historia de Archivel, que ya estaba cerrado.

A primeros de diciembre, el historiador alcoyano Àngel Beneito (a quien agradezco vivamente su aportación y sus atenciones) presentó un libro* en el que recoge literalmente el diario de José Ferri, un dirigente político y militante anarquista de Alcoi, que vivió una procelosa peripecia durante la guerra civil y que fue internado en varios campos de trabajo y de reclusión en la segunda guerra mundial. Por una de esas cabriolas del destino, José Ferri compartió su desgracia con Agustín y lo cita en su diario. Pero no adelantemos acontecimientos.

Desde el principio yo tuve la intuición de quién podría tratarse y después se fue confirmando a medida que reunía pruebas. Evidentemente, la información aportada por José Ferri resultaba fundamental, pero incompleta. Y este es el resultado de lo que pude reunir en mis pesquisas.

Cuando empezó la guerra civil, Agustín Soler estaba cumpliendo el servicio militar (falta por confirmar si por reemplazo o voluntario) en el Regimiento Sevilla nº 34, en Cartagena. Su unidad se integró en la 76ª Brigada Mixta y fue enviado al frente de Andalucía. Según se recoge en las páginas del diario oficial del Ministerio de la Guerra, fue ascendido a sargento (octubre, 1936) y más tarde, según el diario oficial del Ministerio de Defensa Nacional, a teniente del ejército republicano (octubre, 1937), cuando se le destinó al XX Cuerpo de Ejército. Según he podido constatar, esta unidad participó activamente en la batalla de Teruel y en la decisiva batalla del Ebro, sufriendo sendas derrotas en ambos casos. Es bastante posible que las fuerzas republicanas se desplazaran después al frente catalano-aragonés del Segre, huyendo del avance de las tropas rebeldes franquistas y, tras la caída de Barcelona (enero, 1939), se disgregaran y se unieran a la muchedumbre de medio millón de desplazados y refugiados que marchaban al exilio en dirección a la frontera francesa. Con ellos iba Agustín.

Pero en Francia no les esperaba la liberación, ni siquiera la acogida humanitaria. Las autoridades francesas, colaboracionistas del régimen nazi, habilitaron numerosos campos de concentración en las playas del Rosellón para recluir a los miles de españoles que huían del azote de la guerra y de las represalias del ejército de Franco. Se sabe que militares republicanos fueron internados en Gurs y en otros campos del Midi transpirenaico. Aquí le perdemos la pista a Agustín, pero por su condición de oficial del ejército republicano hubo de pasar por alguno de ellos.

Si convenimos que su itinerario fue similar al de Ferri, tras la invasión de Francia por las tropas alemanas fue reclutado para realizar trabajos “casi” forzados en las CTE (Compañías de Trabajadores Extranjeros), antes de ser captados por una organización nazi llamada TODT que se dedicó a hacer obras (búnkeres, túneles) para reforzar el frente oeste, temiendo una invasión de las tropas aliadas, que no llegó hasta junio de 1945. Durante esos años, cientos de españoles, quizá miles, sufrieron vejaciones y trabajaron hasta la extenuación en medio de los bombardeos y los combates. Muchos de ellos no pudieron soportarlo y murieron en la Bretaña francesa o en las islas del Canal de La Mancha.

Después del desembarco de Normandía, los supervivientes, entre ellos Agustín, albergaban la esperanza de una pronta liberación. Sin embargo, fueron retenidos por las tropas aliadas que los consideraban sospechosos de pertenecer a una organización filonazi. Así que fueron conducidos a Inglaterra y confinados en diferentes campos de concentración a la espera de adoptar una solución definitiva. Pero esto se demoraba y cundía el desánimo y la rebeldía entre el grupo de españoles que se consideraban a sí mismos “luchadores antifascistas” y no entendían por qué se los retenía como criminales o enemigos por los regímenes democráticos vencedores de la guerra. Hicieron huelgas de hambre, escribieron cartas a las autoridades británicas e incluso hubo una interpelación en la Cámara de los Comunes para tratar el caso. Sin embargo, la ansiada libertad no llegaba.

La noche del 11 de julio de 1945, Agustín, agotado física y psíquicamente, quién sabe si desesperado o deprimido, se suicidó arrojándose por la ventana del segundo piso del pabellón donde estaban los internos españoles, en el campo de Kirkham, condado de Lancashire, Reino Unido. Gracias a la inestimable colaboración de Julie Knifton, encargada del cementerio de Preston, he recibido el certificado de defunción y conozco el lugar exacto donde está enterrado nuestro paisano Agustín Soler Asturiano. En el diario de Ferri, este habla de cómo fue el entierro y recoge literalmente las palabras que dijo en el sepelio. Sus compañeros escribieron una carta a su padre y otro archivelero, llamado Antonio Montes, quedó encargado de dar noticia a su familia de lo ocurrido y de entregarles sus pocas pertenencias cuando volviera al pueblo. Tras el suicidio, las condiciones de los españoles mejoraron: fueron trasladados a otro campo donde disfrutaban de un mayor grado de libertad hasta que fueron liberados definitivamente pocos meses después. Al fin y al cabo, el sacrificio de Agustín sirvió para algo.

Y esta es, en resumen, la historia de Agustín Soler Asturiano, un archivelero que murió en un campo de concentración inglés. Si lo hubiera hecho en Mauthausen-Gusen o en Dachau, su memoria se hubiera recuperado y ahora tendría los honores de mártir o de héroe de la resistencia antifascista. Pero lo hizo, casi de manera anónima y clandestina, poco heroica en cualquier caso, en la muy democrática Inglaterra, víctima de un absurdo malentendido y de la inoperancia de unas autoridades para las que un puñado de “rojos españoles” era un incómodo compromiso, un molesto incordio político.

Pero una combinación de asombrosas circunstancias, la aparición del diario de Ferri, las indagaciones de Cleminson y de Beneito, algunos documentos como las noticias de los diarios ingleses (Lancashire Daily Post), los archivos del cementerio de Preston y la constancia en rescatar su memoria han conseguido doblegar al olvido. Agustín Soler Asturiano merece ser recordado (incluso por una parte de su familia que ni siquiera lo conocía, como su sobrina-nieta Alicia Soler, sobre cuya existencia me puso al corriente Elpidio Álvarez). Tras pasar, en plena juventud, nueve años de guerra y padecimientos, Agustín Soler Asturiano reposa bajo un inmenso árbol, en una fosa común junto a otros ocho infortunados, a más de dos mil kilómetros de distancia de sus padres, que tal vez se vieron obligados a disimular su dolor y a mitigar la llama del recuerdo de su hijo en los terribles años de la posguerra. El olvido en sí es una derrota, no hay mayor insidia que la condena a la que nos somete el olvido, pero aquí estamos dispuestos para derrotarlo con las armas de la memoria. A esta historia todavía le quedan muchos flecos pendientes hasta reconstruir la biografía completa de este joven militar republicano de Archivel que tuvo tan mala suerte y que merece todavía un esfuerzo colectivo para ser rescatado del ostracismo de la desmemoria y restaurar su dignidad. Corran la voz: ¡Agustín está vivo!

* Beneito Lloris, Àngel y Cleminson, Richard: Republicanos españoles prisioneros de guerra en Inglaterra. Las memorias de José Ferri, Ajuntament d’Alcoi, Arxiu Municipal, 2019.

Fotos:

  1. Única imagen, por ahora, de Agustín Soler, obtenida de un recorte de una fotografía escolar de grupo (finales de los años veinte, probablemente). Proporcionada por Paco Jiménez.
  2. Fotografía de la zona donde está enterrado Agustín Soler. La fosa está sin señalizar en un espacio de hierba junto al gran árbol. Cementerio de Preston. Proporcionada por Julie Knifton.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.