Ya en la calle el nº 1040

Agua bendita del grifo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])

Me pasa también cuando voy a Madrid. Disfruto del agua del grifo como en Moratalla. Recuerdo una vez que comimos mi familia y yo en el Café Gijón y como pedí agua y vino, me trajeron una botella de una conocida marca catalana, contra los que no tengo nada en absoluto como no tengo nada contra su excelente cava, sus extraordinarios escritores y contra nadie en general, pero en Madrid, le dije al chef, no me ponga usted agua catalana, embotellada y más cara, claro, tráigame una jarra de agua del grifo, que yo había probado por vez primera a mediados de los ochenta cuando me examiné de las oposiciones y cuyo sabor y frescura son incomparables.

El otro día me ocurrió algo semejante en casa de Teresa, en ese espectacular rincón moratallero de la Calle Cantón. Comimos juntos algo que habíamos comprado en la tienda de la Trini, que, dicho sea de paso, cocina muy bien, y lo acompañamos de sendos vasos de agua cristalina del grifo. Me acordé de mi infancia y de mi casa, de todos los vasos de agua fresca y pura de los que había disfrutado en mi infancia hasta que hube de venir a Murcia y adquirir la enojosa necesidad de comprar agua embotellada porque la del grifo es imbebible.

Son tesoros que la memoria ha guardado y de los que uno gozó en la niñez y en la adolescencia, sencilla agua del grifo proveniente de la sierra de Moratalla, controlada sanitariamente y, sobre todo, riquísima. Por supuesto             que la echo de menos y que cuando voy al pueblo no pierdo ocasión de consumirla, aunque en algunos bares y cafeterías parece que estuviera mal visto pedir un vaso de agua del grifo y desdeñar el producto manufacturado, y que nos hubiésemos habituado erróneamente a comprar cajas, bidones y otros envases de aguas de muy diversas marcas a las que acompaña todos tipo de explicaciones sobre sus beneficios para la salud y su compleja mineralización.

Pero la otra noche la magra con tomate y la tortilla de patatas de la Trini no podría tener otro maridaje más apropiado que los dos vasos de agua del grifo llegada directamente de las entrañas de la sierra en un viaje singular y caprichoso desde los neveros de las tierras altas de Moratalla filtrándose entre la roca permeable hasta manar en cualquiera de las innumerables fuentes del campo o hasta el embalse del Cantalar de donde se surte todo el pueblo.

Mientras cenábamos y departíamos amigablemente pensé que regresaba a mis primeros años en la casa de mis padres, donde el único que bebía vino era mi progenitor porque lo que siempre había en todas las comidas y en todas las cenas era agua del grifo, vasos de cristal llenos de ese milagroso líquido insípido, incoloro e inodoro, que en Moratalla se transforma en agua saludable y fresca, en agua milagrosa de la sierra para disfrutar como un crío en una tarde soporífera del verano, de merienda y de juegos, o en las duras y rigurosas jornadas de trabajo, en el campo, en la fábrica o en los albañiles, o a media noche mientras la fiebre de la resaca adolescente nos arde en la garganta y el malestar nos despierta en busca del vaso de agua que hemos colocado en la mesita en previsión de esa crisis de muy probable deshidratación en plena madrugada.

Agua bendita de un pueblo sabio y profundo que necesita de un modo inminente el respeto y el mimo de los gobernantes y de sus moradores, de todos nosotros, para recuperar la aureola inmarcesible de la prosperidad y de la pureza.

 

 

 

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