Ya en la calle el nº 1040

Acordes y desacuerdos

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ

Se emocionó con lo de la luna. El guitarrista Emmet Ray quería dar un concierto sentado en el arco de una luna menguante, con una chaqueta negra llena de purpurinas y dibujos de lunas. Era un excéntrico lunático. Igual que con eso de salir a matar ratas. Es verdad, su única esposa, Blanche (Uma Thurman) dijo que Emmet (Sean Penn) sólo vivía en él y para él, y cuando hacían el amor, Ray estaba en su mundo. Era soberbiamente pasota. Pero había enAcordes y desacuerdos él un punto asustadizo que no le hacía ser completamente soberbio. Tenía miedos. Miedo a comprometerse con una mujer muda, buena y servicial, Hattie (Samantha Morton), quizá su único, entrañable y verdadero amor al que dejó escapar porque, según Ray, el artista no necesita a nadie; miedo al guitarrista de jazz francés Django Reinhardt (existió de verdad), del que Ray solía decir que él era el mejor guitarrista del mundo después de ese gitano de París…; miedo a lo que le advirtió un montador de que podía romperse la crisma por ese capricho de tocar encima de una luna si se caía en mitad de la actuación. Así pues, una vez empezada, Ray , como de costumbre, llegó borracho a su propio concierto y una vez subido a la dichosa luna sintió escalofríos, no se lo pensó y se tiró y cayó de pie al escenario. La gente, los músicos… todos estupefactos, y él, Ray, con su bigote a lo Clark Gable, pero más cerca del labio, y cigarrillo en movimiento, punteaba magistralmente la guitarra, como si no hubiera ocurrido nada extravagante como bajarse de una luna al inicio de un concierto. Y por cobardía. Que quedó claro.
Emmet Ray es una de las tantas figuras apasionantes de los locos años del jazz en América que se sacó Woody Allen de la manga en ese falso documental que tiene un título más sugestivo en castellano porque hay un juego de sílabas que no se logra con el inglés: ‘Acordes y desacuerdos’ (1999). Woody hizo que Sean Penn aprendiera a tocar la guitarra y pareciera de verdad que tocara él, con el rostro extasiado, aunque la música está compuesta por Dick Hyman, el músico que ha sido fiel compositor de casi toda la obra fílmica de Allen, dándole ese toque clásico de banda sonora que recuerda al blanco y negro, años 50, sonidos entrañables de casa de abuela, films como los de Frank Capra, por ejemplo. Quizá Woody Allen quiso despedirse del siglo XX homenajeando a uno de los géneros musicales y culturales que tanto influyó en él cuando era niño en Brooklyn. Es un sentimiento. Un amigo mío músico de jazz me dijo una vez que los negros americanos sienten el jazz, lloran con el jazz y aman con el jazz. Woody Allen nunca se ha bajado de esa luna. Aunque a su personaje, Emmet Ray, le jodiera perder, le jodiera que Hattie se casara y viviera felizmente, le jodiera ver a Django tocar la guitarra y, en fin, le jodió bastante no poder hacer el espectáculo de la puta luna y acabó pisándola y quemándola con furia y rabia, mientras la chaqueta se le volaba y se le veía su pistola matona enfundada en sus pantalones, cuando los músicos de jazz llevaban pistolas armadas y amarradas a sus cinturones.

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