Ya en la calle el nº 1040

Acerca de las barreras urbanas

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

FRANCISCO SANDOVAL

En los últimos días muchos municipios han comenzado a colocar elementos que impiden el paso de vehículos a ciertas zonas urbanas, normalmente aquellas con gran aglomeración de gente. El nombre más repetido es bolardo, su paso por los entornos urbanos ha sido en algunos casos temporal y anecdótico, pues encontramos calles y plazas donde una vez fueron
instalados pero más tarde desaparecieron. Ahora, ante una presión mediática que hace más ruido que cualquier plan de seguridad bien cohesionado, parece haberse desatado la necesidad de cerrar nuestros paseos y plazas.

Bolardos
Bolardos

La palabra bolardo podría recordarnos a un elemento esférico, sin embargo ese en particular es solo un tipo, y precisamente de los más contendidos con la población. Esas bolas de fundición o piedra que no superan los 50 cm de alto no están contempladas por la normativa, y es que, aunque cada ayuntamiento puede hacer propio hasta cierto punto su diseño urbano mediante ordenanzas, hay una normativa estatal que estipula las dimensiones de las barreras físicas y cómo deben ser colocadas. En efecto, el Código Técnico de la Edificación enuncia que las “barreras” deben tener una altura mínima de 80 centímetros y deben dejar un ámbito de paso de al menos 1,20 metros. Esto quiere decir que no se deberían disponer bolardos a menos de esa distancia de la fachada, porque de lo contrario -lo hemos experimentado muchas veces- el espacio de tránsito es tan reducido que se genera el efecto no deseado de inducir al peatón a caminar por la calzada.
Estudiados estos problemas, en algunos casos se ha apostado por grandes maceteros cerrando plazas. En nuestra Región ya han originado inconvenientes, como el de la ambulancia que no pudo acceder con rapidez a la plaza Cardenal Belluga tras la caída de un peatón. Asistimos a la veda de aquellos espacios que fueron diseñados de acuerdo con nuestro contemporáneo
modo de vida, una veda fuera de orden y medida, casi improvisada, que más pronto que tarde ya ha manifestado el entorpecimiento de muchas labores que pueden ser vitales para una persona. Si bien hay que reconocer la labor de seguridad mediante barreras temporales en grandes eventos, debemos plantearnos qué efectos provocan las barreras permanentes.
Puestos a reflejar la diafanidad de los Paseos como un peligro real, se pueden explorar otras soluciones integradas en un plan bien redactado y proyectado que contemple diversas estrategias. El frenado obligado al llegar a ciertos sitios puede estar motivado por el propio diseño urbano, como un acceso en codo. Aún con todo, habrá casos donde esto tampoco sea posible, y tendremos que convenir que muchas barreras entorpecen más de lo que previenen.

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