Ya en la calle el nº 1040

A propósito de la restauración de la fachada de la Real Basílica

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero

Cronista Oficial de la región de Murcia.

Desde los primeros días de octubre actual, un inmenso andamiaje metálico cubre el imafronte de la Real Basílica de la Vera Cruz, lo cual delata la restauración tan deseada de la misma, desde que en una intervención, en 1991, realizada por la desaparecida empresa “Sangolo”, dejó aquella sin los tradicionales colores que los de mi generación y anteriores tenemos aún en la mente. La desafortunada aplicación de una cera sintética sin haber limpiado previamente la piedra, perjudicó en extremo la portada cuando los calores del verano siguiente derritieron el producto. A partir de entonces la fachada quedó enferma, con aspecto tuberculoso, apagada, verdosa y pidiendo a gritos un nuevo pulido y la aplicación de los conservantes apropiados para la recuperación de su antiguo aspecto: el de los jaspes de las canteras de la tierra, tan vivos y con aspecto de piedra semipreciosa.

Restauración de 1991
Restauración de 1991

La obra de la fachada comenzó en 1703, cuando concluyó la del templo y se inauguró la iglesia (según consta en el dintel de la Puerta de S. Lázaro). Sin embargo, ya en 1692 se acopiaban medios económicos para su fábrica. La actual fachada debió construirse sobre otra provisional e inartística, de cuya existencia quedan evidencias en el coro del templo, tras el órgano barroco, pues hay que deducir que la entrada a la entonces denominada Real Capilla de la Vera Cruz no era un simple agujero en el muro, sino que allí hubo algo parecido a una fachada, por muy rudimentaria que fuera.

La obra, como digo, comenzó a partir de 1703, siendo su arquitecto José Vallés, lorquino que también trabajó en las obras de la iglesia de la Compañía de Jesús y en la del monasterio de Sta. Clara.

Lo que no está claro es el origen de los planos de su planta y alzado, que dieron el espectacular aspecto que sigue ofreciendo en la actualidad. Hay teóricos que relacionan nuestra portada con obras hispanoamericanas de Méjico y Perú (así como con la del templo franciscano de La Mercad de Murcia), no siendo extraño que estos vinieran entre los bártulos de algún misionero jesuita o franciscano interesado en arquitectura.

Sabemos que, tras José Vallés, fue director de la obra el maestro caravaqueño Alfonso Ortiz (1717). Que en 1729 estaban terminadas las columnas, cuyo montaje comenzó al año siguiente. Que en 1733 se encontraban construidos dos tercios de la fachada; que en 1757 aún no estaba concluida, y que en 1762 comenzaron los aparentes problemas de consolidación que han llegado a nuestros días. Esto motivó, seguramente que no se colocaran las esculturas que según proyecto habrían de situarse en el nicho superior central y en ambos lados de la puerta de acceso (estos últimos aún vacíos).

Durante muchos años, el nicho central lo ocupó una ridícula Cruz de Caravaca de madera, que se sustituyó por otra muy vistosa y apropiada, de mármol negro, obsequio del Hermano Mayor Miguel Robles Sánchez-Cortés en 1951, la cual, por su gran peso, fue sustituida en 1975 por la actual, de metacrilato, obsequio de la empresa local “Campos Orrico”.

La obra comenzada en los primeros días de octubre actual, se lleva a cabo no sólo en la fachada, sino que afecta a las cubiertas del templo y lateral norte que da al claustro. El proyecto se debe al arquitecto técnico municipal José Manuel Alcazar, quien lo llevó a cabo en base al estudio (de 2003) de la doctora Benita Silva Hermo (Directora del Grupo de Estudio de Alteración y Conservación de Monumentos de la Universidad de Santiago de Compostela). Y su financiación corre a cargo del Ministerio de Fomento (con cargo al 1´5% cultural), la Administración Regional y el Ayuntamiento Local. El importe se eleva a casi 700.000 euros y, como siempre sucedió en la construcción de la Basílica, en tiempos históricos y actuales, otros organismos extralocales han de ayudarnos a lo que nosotros, con nuestros propios medios, nunca podríamos llevar a cabo. Otrora los limosneros caravaqueños recorrieron “la piel de toro peninsular”, sur de Francia, norte de África y tierras americanas en demanda de limosnas para su construcción. Ahora los gobiernos central y autonómico son los mecenas de la restauración de una obra que por su relevancia histórica y devocional trasciende más allá de nuestras fronteras. Ojalá el proyecto llegue a buen fin y se concluya sin detenciones ni retrasos. Caravaca está en marcha hacia 2024, cuando se celebre el próximo “Jubilar”. Ojalá, también, otros “agujeros negros” en el tejido monumental local tengan pronta solución. Caravaca puede y debe mostrarse al mundo en el próximo jubileo como la ciudad que acoja, con todo su esplendor, a los peregrinos que acudan a postrarse al pie de la Cruz.

 

 

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