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6 de Febrero de 1583: Rogativa contra la sequía

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García

(Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

Hubo un tiempo en el que se pensaba que los problemas y situaciones adversas se podían solucionar rezando y rogando a Dios. Esto en Caravaca se manifestaba más aún si cabe que en otros lugares ya que cuando se avecinaba alguna epidemia, plaga, temporal o catástrofe de cualquier tipo el recurso inmediato era organizar alguna rogativa, misa o procesión para pedir a la Vera Cruz su pronto remedio. Uno de los numerosísimos ejemplos de esto lo encontramos en los primeros días de febrero de 1583, momento en que Caravaca se encontraba sufriendo una gran sequía por falta de lluvia, con los consiguientes perjuicios en la agricultura y ganadería y también en el propio desarrollo cotidiano de la vida de sus habitantes.

En este estado de cosas el Ayuntamiento se reunió el 5 de febrero para intentar encontrar soluciones, tomando la decisión de celebrar al día siguiente, domingo 6, una procesión que partiendo de la Parroquial de El Salvador se dirigiría al castillo, donde el capellán mostraría la sagrada reliquia a los participantes en la misma desde las ventanas de la torre de la Vera Cruz, práctica que se realizaba con cierta frecuencia hasta la construcción del actual santuario, y a continuación una misa que, según la climatología, se verificaría en la capilla de la Cruz o en la del Malvar. Esta última capilla se localizaba en la explanada del castillo y solo se utilizaba en determinadas ocasiones, especialmente en aquellas a las que concurría gran cantidad de fieles ya que estos podían seguir la ceremonia desde el exterior pues solo tenía cubierta la zona dedicada a altar.

La realización de los actos del domingo no tuvo efecto alguno, por lo que el lunes 7 el concejo de la villa volvió de nuevo a reunirse adoptando el acuerdo de celebrar otras tres procesiones más, que se llevarían a cabo cada uno de los domingos que restaban del mes de febrero, rogando para Dios en su infinita misericordia enviara el preciado líquido. El itinerario de la primera, que tendría lugar el domingo 13, sería desde la ermita de Nuestra Señora de la Concepción hasta la iglesia del Convento de San Francisco procesionando el Cristo conservado en la mencionada ermita. La segunda, el domingo 20, se haría a la inversa saliendo de la iglesia de San Francisco y concluyendo en la ermita de la Concepción; participando en ella la imagen de San Francisco existente en su iglesia. Finalmente, la tercera el domingo 27 tenía su inicio y terminación en el castillo recorriendo todo el pueblo y llevándose en ella la reliquia de la Vera Cruz.

Como curiosidad hay que añadir que el ayuntamiento obligó a participar en las referidas procesiones a todos los habitantes de la villa, señalando una multa de mil maravedíes a quienes así no lo hicieran. En cuanto a la organización de las procesiones se decretó que en primer lugar irían todos los niños rezando y sin hablar unos con otros, a continuación los hombres y finalmente las mujeres, todos separados y sin poderse mezclar.

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