Ya en la calle el nº 1040

27 de mayo de 1869: La celebración del Corpus según D. Manuel de Amoraga y Torres

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García

Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz

En ocasiones anteriores he tratado acer
ca de la festividad del Corpus y como se celebraba en nuestra población, especialmente durante los siglos XVI y XVII; no obstante voy a dedicar el artículo de esta semana a su celebración durante el siglo XIX, concretamente al año 1869, para lo que contamos con un testimonio excepcional, nada mas y nada menos que el del que fuera alcalde de Caravaca en esa época, D. Manuel de Amoraga y Torres.

Amoraga fue una de las personalidades mas destacadas del siglo XIX caravaqueño. Natural de Córdoba y de ideología liberal, fue en varias ocasiones alcalde de nuestra ciudad. La primera en 1840 tras el pronunciamiento del General Espartero y la última a partir de 1868 con el triunfo de la revolución de septiembre, periodo que incluye dos reelecciones, en 1869 y 1871, realizadas ambas por sufragio universal masculino, lo que le acredita como el primer alcalde democrático de Caravaca. En 1886 publicó un opúsculo titulado “Breve memoria sobre la vida política de D. Manuel Amoraga y Torres en la ciudad de Caravaca”, donde recoge algunos de los sucesos mas destacados ocurridos durante los años que ocupó la alcaldía de la ciudad, entre los que figura la celebración del Corpus el año 1869, cuya nota característica fue el pretendido boicot que intentaron ejercer ciertos sectores de la población para obstaculizar su celebración.

Para entender bien la situación es preciso conocer el marco histórico en que se desarrolló. El triunfo de la Revolución de septiembre de 1868, conocida también como “La Gloriosa”, trajo consigo el destronamiento de Isabel II y la instauración de un nuevo gobierno bajo la regencia de Serrano. Se inicia con ello un periodo de hegemonía de los liberales conocido como “Sexenio Democrático”, que incluye la monarquía parlamentaria de Amadeo de Saboya y la Primera República Española. La instauración de este nuevo sistema irritó a los sectores más conservadores y religiosos, siendo estos últimos los que intentaron impedir la celebración de esta festividad: “Entrado el año 69, tuve noticia de que el partido neocatólico se proponía no hubiese función de Cruz ni de Corpus, con Santos ni de otra clase, ínterin mandara la nueva situación”. Sobre la primera de ellas, la festividad de la Cruz de mayo, añade: “Envié llamar al que hacía cabeza en la cofradía de la Santísima Cruz, que era don Félix Martínez Carrasco, diputado de la misma y particular amigo mío. Me dijo que no había función de la Cruz, porque nada se había recaudado en el pueblo y el campo en tiempo oportuno. Yo le dije: <<Hace treinta años que estoy viviendo en Caravaca, y siempre ha habido función de Cruz, y es singular que este año no la haya; y aseguro a usted que la habrá, mi amigo don Félix>>; y en efecto, la hubo, como en el año de mejores mayordomos, mucha cera en la iglesia, la música bien pagada, enanos, gigantes y todo cuanto pudo contribuir a su mayor esplendor. La gran limosna recogida los dos días en las calles dio a entender que el pueblo no estaba anuente con lo intentado por los neocatólicos”. La situación narrada por Amoraga resulta algo idílica, ya que si bien es cierto que con las limosnas recogidas se celebraron las fiestas con su programación habitual, no es menos cierto que las dificultades económicas de esos momentos fueron causa de que para costear la reparación y limpieza del relicario de la Cruz, incluyendo la colocación de varias piedras que le faltaban se tuviese que vender la corona de plata de una imagen de la Virgen. Curiosamente en este arreglo del relicario, originado por el desprendimiento de un brillante el día 3 de mayo, se colocaron dentro del mismo “varias particulas desprendidas del Sagrado Madero”.

No sabemos si esta actitud hostil de los neocatólicos se manifestó también durante la celebración de la Semana Santa. Es curioso el silencio de Amoraga al respecto, aunque teniendo en cuenta que su interés se centra en la narración de hechos y circunstancias favorables a su gestión, resulta obvio que eluda los comentarios a esta celebración que tuvo que resultar algo conflictiva. En nuestra ciudad existían dos bandas de música, una perteneciente a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, que era de ideas conservadoras, y la de la Hermandad de San Juan, de ideología liberal, “que desde los primeros momentos del alzamiento Nacional se adhirió a él, prestando hoy sus servicios a los Voluntarios de la Libertad”. Al conocerse el triunfo de la Revolución de 1868, la banda de Nuestro Padre Jesús, acordó suspender sus salidas, primero durante un mes, prorrogándose después tres meses mas pensando que en ese momento ya se “habría derrocado la situación”. Para evitar conflictos, a finales de febrero el ayuntamiento acordó que para que esta banda volviese a salir debería solicitar autorización previa, lo que no consta en las actas de las sesiones posteriores. Por el contrario, la banda de la Cofradía de San Juan fue declarada municipal a principios de julio.

D. Manuel Amoraga fue una persona muy querida y respetada por sus convecinos, lo que le facilitó en muchas ocasiones la feliz resolución de los conflictos, destacando siempre su talante democrático y actitud dialogante. Respecto a la celebración del Corpus, que tuvo lugar el jueves 27 de mayo, su narración es la siguiente: “Llegó la función del Corpus, y se hizo muy público seguían en la idea de que no se sacasen Santos en la procesión. Ya la víspera, llegué a Francisco Checa, hombre ya de edad y entusiasta ya hacía muchos años por San Blas, y le dije: <<Sr. Francisco, va a ser necesario que le quite usted el polvo al señor San Blas, para que salga en la procesión>>. A lo que me contestó el Francisco en un tono de sencillez y algo balbuciente: <<D. Manuel, mejor será dejar el pobre Santo, quitecito en su ermita este año>>; y era que entraba en la conspiración santera. Yo redije: <<Pues bien, Sr. Francisco; elija usted: ó usted lo saca, o yo>>. Al oir esto, dijo: <<No, señor, no, señor, yo lo sacaré>>. Lo mismo sucedió con los que sacaban a San Isidro, San Sebastián y algún otro, quedando todos conformes en sacarlos al oírme que, <<si ellos no, yo estaba decidido a hacerlo>>. Salieron las siete hermanas vírgenes, habiendo la feliz circunstancia de hallarse en el pueblo la de la Encarnación, y arreglaron las monjas carmelitas a Nuestra Señora del Carmen, con lujo y valiosamente ataviada por el celoso presbítero D. Rafael Martínez Carrasco. Por último, la de la Concepción, que tanto gusto tiene en arreglarla doña Manuela Martínez Álvarez de Sánchez. Tuve la oportuna y aplaudida idea de que saliesen también en la procesión Santa Clara y Santa Teresa, y habiendo llegado a ambos conventos, las religiosas tuvieron mucho gusto en ello y las arreglaron muy bien, ayudando yo en lo que fue necesario. Salió la procesión tan lucida como nunca, llevando gran chasco los opositores, y diciendo que Santa Teresa y Santa Clara habían salido a la fuerza, no sabiendo que las religiosas de ambos conventos habían tenido mucho entusiasmo de que sus dos queridas Santas luciesen por las calles, como nunca había sucedido”.

No conozco ningún otro documento respecto a estos hechos ni tampoco a la celebración del Corpus en esta época, por lo que no sé si la participación de imágenes en la procesión era algo extraordinario o habitual, y en este último caso cual era su número. En cualquier caso, es cierto que la Virgen de la Encarnación se encontraba en esos momentos en Caravaca, ya que el 3 de febrero el ayuntamiento había ordenado su traída en procesión a la parroquial por la falta de lluvia.

No creo que Amoraga fuese demasiado religioso, por lo que su interés en la celebración de determinadas fiestas y funciones, se debe al mantenimiento de las festividades tradicionales y, sobretodo, a su negativa a seguir a intereses contrarios al bien del municipio y sus habitantes y aceptar decisiones fruto del rencor y el resentimiento, al que tan proclive resultaba el partido neocatólico, que no dudó en intentar boicotear las referidas funciones, por mas religiosas y solemnes que fueren, para dejar en evidencia a la autoridad municipal.

A pesar de los avances progresistas y liberales, el elemento religioso continuaba siendo fundamental en la sociedad española, como lo demuestra la siguiente anécdota. Paralelamente a todo lo narrado, las cortes continuaban trabajando en la redacción de una nueva constitución, que finalmente fue promulgada el 6 de junio de este mismo año, 1869; la nueva constitución suponía un gran avance en el sentido democrático y modernizador del estado, recogiendo los principios de la soberanía popular, división de poderes, libertad de culto (aunque el estado continuaba siendo confesional), libertad de prensa y sufragio universal masculino. En Caravaca se difirió la celebración de la promulgación al domingo 13 de junio, consistiendo la misma en una ceremonia religiosa, concretamente un Te Deum cantado en la parroquial, “para cuyo acto y para dar después un paseo por la carrera de la población, se invite a las autoridades Civil, Militar y Eclesiástica”.

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