Ya en la calle el nº 1040

27 de agosto de 1612: Licencia para la construcción de la Ermita de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Santa Elena

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García (Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

La popular ermita de Santa Elena es uno de los edificios que se erigieron en Caravaca durante la contrarreforma con la finalidad de ofrecer servicio religioso a las diferentes barriadas que iban surgiendo y formándose en nuestra población, caracterizada en esta época por un gran aumento demográfico y un intenso desarrollo urbanístico; en realidad se trata de la última de ellas, lo que queda reflejado en el libro de sesiones del concejo caravaqueño correspondiente a 1640: «Santa Elena ques la ermita mas moderna desta billa». Este mismo año comenzó a oficiarse en la ermita una misa todos los domingos «a la ora de las doce del dia» siguiendo las disposiciones testamentarias de D. Juan Vitorino Yturri, quién vinculó a su mayorazgo la entrega de una limosna de 3 reales por cada misa al capellán que la celebrase. La oligarquía caravaqueña, con el beneplácito de la Iglesia, favorecía este tipo de construcciones ya que no veía con buenos ojos que los pobres y personas de condición humilde asistiesen a las mismas ceremonias religiosas que ella, sintiéndose incomodada por “la cortedad de sus vestidos”, lo que llevó a la promulgación de algunos decretos apremiándoles a asistir exclusivamente a este tipo de templos: «los fieles xriptianos que viven en los varrios altos  y son pobres, y por serlo no pueden vajar a la iglesia mayor»; discriminación que a veces se encubre alegándose razones altruistas: «muchas pobres gentes en dias de llubias o niebes se quedaran sin misa por la mucha distancia que hay desde dicho sitio hasta el de la Parroquia».

La historia de esta ermita, cuyo nombre completo era de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Santa Elena, está estrechamente ligada a la cofradía del mismo nombre constituida en Caravaca el año 1596 «con el consentimiento en la Iglesia y Combento de Carmelitas descalzos de esta villa», ya que fue ella quién solicitó la necesaria licencia para su construcción; siéndole concedida el 27 de agosto de 1612 por el entonces vicario de Caravaca, licenciado D. Alonso Pizarro, proporcionando para su edificación un solar propio de la cofradía situado en uno de los extremos de la calle del bachiller Higueras (Canalejas), contiguo a la Plazuela del Hoyo. Las obras debieron de comenzar de inmediato, puesto que en el testamento del arquitecto Juan Fernández Piñero, fechado el 15 de junio de 1613, se reseña que había trabajado en ellas. Tampoco se conoce cuando se concluyó, aunque fue bastante antes de 1634, fecha en la que Catalina López, viuda del mayordomo Mateo de Pereda, firmó un convenio con la referida cofradía en el que se atestigua que el difunto mayordomo había «lebantado, fundado y obrado la dicha ermita, adornandola de ynsignias y ornamentos».

Su construcción se realizó con materiales sencillos, por lo que tuvo que ser reparada en numerosas ocasiones, destacando la llevada a cabo en 1743, cuando se encontraba prácticamente arruinada. En 1761 obtuvo licencia para ampliar el camarín del altar mayor formando «un arco sobre el callejón que dizen de Atienza”, espacio que tuvo que ser agrandado treinta años mas tarde tomando “cinco palmos en el callejón que esta a la espalda», obligándose «a que no quede Rincon ny desperfeccion notable; ny que cause daño, ny ocultación de malhechores; y aque quede capacidad suficiente a transitar carruajes», lo que dio lugar al pequeño porchado que todavía hoy podemos contemplar gracias a la reconstrucción realizada en 1926. En 1792 se planteó su ampliación, pero el proyecto no se llevó a la práctica hasta 1799 en que se abrieron las dos capillas del crucero, momento en el que intentó alinear la fachada con las casas contiguas «evitando los rincones», no llegando nunca a materializarse a pesar de tener concedida licencia para ello.

Su economía se mantenía con las limosnas obligatorias que todos sus cofrades debían entregar, consignadas en el momento de su fundación en 2 maravedíes semanales, a las que se añadían las aportaciones ocasionales de algunos devotos, pero como consecuencia de los elevados gastos que ocasionaba el mantenimiento de la ermita, pronto necesitó de mayores recursos por lo que solicitó autorización para poder celebrar fiestas de toros en la plaza inmediata a la ermita. Ante la negativa del concejo trasladó su demanda al Real Consejo de Ordenes, quién dictaminó a su favor el 23 de junio de 1618. Desconozco si en alguna ocasión llegaron a celebrarse tal tipo de fiestas, pues hay que tener en cuenta que lo que entonces se consideraba plaza era un lugar todavía en formación con una superficie menor a la actual y mucho más irregular. En cualquier caso, parece ser que esta cofradía siempre tuvo algunas prerrogativas sobre la plaza, lo que le permitió ganar en 1656 un pleito al concejo por autorizar en parte de ella la construcción de varias casas.

Un siglo después, coincidiendo con la finalización de las intervenciones urbanísticas que conformaron el aspecto y dimensiones que actualmente presenta, se le concedió la propiedad de la plaza: «esta cofradía tiene en posesion y propiedad la Plazuela que dizen del Oyo, la qual desde el año  de mil setecientos setenta y seis en que la debocion del Señor don Alonso Tellez Pacheco, Gobernador que fue desta villa y don Pedro Bezerra y Moscoso, del abito de santiago y vicario que fue de ella la desmontaron y dejaron en el estado de hermosura y ornato, tanto al aspecto publico quanto dezente para las funciones que de costumbre se hazen en dicho sitio». Esta regalía le permitió incrementar sus ingresos poniendo en práctica nuevas formas de financiación: «crearon en dicho sitio con el correspondiente permiso y como unico adbitrio que quedaba para este fin los juegos permitidos de pelota, bochas y bolos para que los dias festibos se dibirtiesen toda clase de gente y cada uno diese la limosna que le sujiriese su debocion»; la situación se mantuvo hasta 1814, en que los juegos fueron prohibidos por el alcalde mayor, solicitando entonces la revocación de la orden para poder seguir haciendo frente a sus obligaciones: «no teniendo otros fondos para el culto, Nobena y procesion del biernes santo por la mañana será indispensable zerrar la Hermita y que no se zelebren por no haber fondo para los hornamentos, zeras y demas»; no tengo mas noticias al respecto por lo que desconozco como se solucionó el conflicto.

El fin último de esta cofradía era mantener el «culto de las efigies de Nuestro Padre Jesus y Santa Elena», por lo que tuvo una gran importancia en la formación y sostenimiento de las procesiones de Semana Santa, siendo la encargada de organizar la de la mañana del Viernes Santo, en la que la imagen de Nuestro Padre Jesús, obra de comienzos del siglo XVIII que sustituyó a otra anterior, recorría las calles de Caravaca. En cuanto a la de Santa Elena, solamente he podido averiguar que en el siglo XVIII participaba en la procesión del Corpus acompañada de los miembros de su cofradía, debiendo pasar a lo largo del siglo siguiente a formar parte del cortejo procesional de la Vera Cruz. Otra de las festividades que celebraba esta cofradía «con misa y sermón» era la de Santa Águeda; cuya imagen todavía se conserva en la ermita, aunque no se trata de la original. Entre los escasos documentos conservados de esta cofradía figuran asimismo la reseña de la impresión de estampas con la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno en 1794 y la adquisición de cuatro imágenes de santos realizadas por el escultor Francisco Caro al año siguiente.

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