Ya en la calle el nº 1041

Hablar en torero

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA 

Como profundo aficionado a la palabra, a la palabra con fundamento y tradición, lamenta uno que el universo de los toros esté en franca decadencia, pues hay un buen puñado de emociones, de ideas y de ocurrencias que a partir de cierto momento carecerán de sentido; no podremos coger el toro por los cuernos, por ejemplo, y abordar con ello un problema cualquiera con valentía y decisión, un viejo pleito con un amigo o una incapacidad propia que no sabríamos cómo afrontar ni cómo resolver si no fuera porque podemos echar mano de ese espíritu osado y resuelto que hallamos en la fiesta de los toros, no en vano cogemos el toro por los cuernos cuando tomamos una decisión determinante, salimos a la calle a buscar trabajo a pesar del espectro desolador del paro o decidimos con nuestra pareja tener un hijo, separarnos porque las cosas no nos van muy bien y alargar el tormento parecería un error, por eso decimos aquello de valor y al toro, echamos la pata palante y nos enfrentamos a la verdad de la vida, aunque la verdad sea dura y requiera de ciertos sacrificios, porque sabemos, lo hemos aprendido mientras veíamos una corrida una tarde soleada de julio que hasta el rabo todo es toro y que hemos de ser cautos y no adelantar acontecimientos, aunque la filosofía de la fiesta también nos enseña que alguna vez podemos ponernos el mundo por montera y obviar la prudencia, atarnos los machos, que viene a ser una ceremonia de fortaleza anímica para arrostrar cualquier peligro y con vergüenza torera, que constituye la mayor de las virtudes del ser humano, pues aúna osadía, honradez y sentido del honor, darle el pecho al morlaco y pararlo, templarlo y mandarlo lo más lejos posible, es decir, torear de frente y por derecho, otro de esos valores humanos cuyos orígenes reales perderemos si perdemos el toreo; cómo diremos del modo más rotundo que alguien no ha afrontado un deber cualquier si no decimos aquello de que se lo ha saltado a la torera, expresión con garbo y agilidad cuyas connotaciones de ligereza y rapidez resultan obvias, como es evidente que ayudar a un amigo o a un conocido en un momento dado, mientras un tercero está agobiándolo o amenaza con insistir en su imprudencia, solo es posible si estamos al quite y en última instancia optamos por echarle un capote para librarlo de las múltiples embestidas de la vida y del mundo, lo hacemos con torería si añadimos a la eficacia y al buen hacer una dosis indispensable de donaire y majeza, de humanidad y buen tono. Lástima que torero se le atribuya al hombre que anda por la vida con soltura, dignidad y mejor estilo, mientras que torera no signifique precisamente eso, sino más bien todo lo contrario, aunque Curro Romero, el torero de la tradición, el duende y el sabor añejo, rompió una lanza valiente y lúcida en la alternativa de Cristina Sánchez en Nimes cuando le dijo:Torear es como acariciar. Como las mujeres son las que mejor acarician, también torearán bien. Y ya lo creo que lo hizo, a pesar de los múltiples problemas y trabas que sufrió hasta que tomó la decisión de retirarse, aunque nunca se haya desligado del todo del mundo taurino.

Nuestra vida, al menos la mía y la de quienes me han rodeado, ha estado siempre impregnada de las muchas virtudes de un arte que no solo es un espectáculo, un negocio boyante, una iniciativa ecológica y una buena excusa para unir a los pueblos y a los hombres, los del otro lado del Atlántico y los de esta parte, entre los que se halla la muy civilizada y moderna Francia; si desaparece la fiesta y la afición, su filosofía y sus formas de entender el mundo, desaparecerán también un modo de sentir, una magnífica alternativa al pensamiento  único, a la posverdad y a todos esos trampantojos donde prevalecen las apariencias, los simulacros y las aproximaciones a lo real y a lo humano, donde se usará una lengua bastarda preñada de eufemismos y expresiones correctas y ya nadie pondrá el colofón adecuado a un buen trabajo, a una buena faena o a una brillante  argumentación con ese viejo vocablo, de sabor incuestionable, con el que rematamos nuestro entusiasmo absoluto para decir ¡Olé!

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