Ya en la calle el nº 1040

25 de diciembre de 1751: Asesinato en el día de Navidad

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García (Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

Existen muchos tópicos acerca de la navidad, arquetipos complacientes que se acercan a ideales de concordia y felicidad que en muchos casos nada tienen que ver con lo que sucede en la realidad. En esta ocasión voy a tratar un asunto de escasa relevancia en la historia de nuestra ciudad pero que nos ilustra sobre ciertos aspectos urbanísticos y, de manera especial, acerca de como nuestros antepasados celebraban estas fiestas. Un suceso que ocurre en esta época del año pero que entronca directamente con los aspectos más siniestros de nuestra particular historia criminalística; pese a ello no es un hecho extraordinario, pues como veremos más adelante a lo largo del tiempo han tenido lugar otros con idénticos resultados finales.

Corría el año de 1750 y el 25 de diciembre, «día del nacimiento de nuestro señor Jesucristo», un grupo de cinco amigos, al igual que otros jóvenes caravaqueños, salieron a divertirse según las costumbres del momento, dedicándose gran parte de la tarde a pasear por la población, cantando villancicos y pidiendo aguinaldos acompañados de una zambomba y, me imagino, tomando alguna copa de aguardiente y otras bebidas espirituosas de la época. Los nombres de estos jóvenes eran Alonso Sánchez, Pedro Rodríguez, Manuel Álvarez, Antonio Navarro y Antonio Galindo. Al anochecer se encontraban de esa guisa en la esquina de la muerte, junto a la puerta de Santa Ana, montando cierto escándalo y molestando a los transeúntes con sus cantos y ruidos. Uno de ellos, llamado Saturio de Mata, les recriminó su compartimiento y les instó a que cesaran y se marcharan del lugar, pero, como suele suceder en estos casos, la bravuconería unida a ciertas dosis de alcohol hizo que en lugar de seguir el consejo, que tal vez no fuera realizado de manera muy correcta, se envalentonaran y el enfrentamiento entre ellos fuera inevitable. A la discusión se unió Pedro González que se encontraba en su casa sita «bajo el porche de santa Ana» y que salió a la calle al oír el alboroto. En el transcurso de la trifulca Alonso Sánchez de forma súbita e inesperada acuchilló al censurante que desafortunadamente resultó muerto al instante. Rápidamente se dio aviso a la justicia quienes detuvieron a todos los jóvenes, excepto al autor material del asesinato que se dio a la fuga y desapareció de la villa, así como al vecino que se acercó a ellos. La noticia de este suceso me fue dada a conocer por a J. A. Martínez-Cortes, a quien desde aquí reitero mi agradecimiento por ello. Nada más se conoce respecto a este caso, salvo la anotación en el libro de defunciones de la parroquial de El Salvador del infortunado Saturio de Mata, de quien se detalla su condición de mancebo, que era hijo de Joseph de Mata y que fue sepultado el día 26 en la bóveda de los Conejero de la referida parroquial siendo acompañado su entierro por la Cruz Mayor y cuatro clérigos «con misa y oficio, paño y bufete».

Desde el punto de vista urbanístico los documentos que refieren esta desgraciada ocurrencia son ciertamente interesantes ya que atestiguan que en 1750 ya se conocía el lugar donde sucedió la tragedia como “esquina de la muerte” y también la existencia de un porche bajo la puerta de Santa Ana que era por la que se accedía al interior del antiguo recinto amurallado que rodeaba la villa de Caravaca. Este porche, en el que se encontraba colocado un cuadro con la efigie de esta santa, fue demolido juntamente con la puerta en 1801.

Francisco Ruiz de Amoraga publicó en 1916 un artículo explicando el origen del nombre de “esquina de la muerte” narrando una historia que tuvo lugar en enero de 1814, siendo protagonista de la misma Miguel N. (no cita el apellido), que había llegado a Caravaca algún tiempo antes en compañía de sus dos hermanas procedente del reino de Valencia del que había sido desterrado por motivos políticos, alquilando como casa de morada la número 3 de la calle Melgares (hoy calle de las Monjas). Este señor era realista y apoyaba la política absolutista de Fernando VII empeñada en deshacer los logros progresistas alcanzados en las Cortes de Cádiz, lo que le convertía en enemigo de los liberales, partidarios de todo lo contrario. Una noche al poco de acostarse oyó a un grupo de liberales que acompañándose de guitarras le dedicaban unas coplillas cuyo contenido era el siguiente: «Habéis venido de Francia, realistas desocupados, pronto veréis el orgullo donde queda de Fernando. Viles relistas, beatos, en vuestros cobardes pechos, no fecundará la sangre por la causa de los pueblos. Sois el ludibrio de España, no tenéis valor ninguno, y al grito de libertad, sucumbiréis uno a uno». Tremendamente enfadado se levantó de la cama y armado con una espada salió a la calle enfrentándose con los músicos, rompiéndoles los instrumentos e hiriendo a cuatro de los siete que formaban la cuadrilla. Al verse atacados huyeron hacia lo que hoy es la Plaza Nueva y que en aquella época eran solares ruinosos; continuaron avanzando los tres que quedaban en pie hasta que pudieron llegar a una esquina donde se ocultaron a la espera de que apareciera su perseguidor, disparándole con una pistola que llevaba uno de ellos en cuanto lo hizo. El valenciano cayó herido de muerte justamente en la esquina de la parroquia acordándose colocar en ese lugar una cruz de madera, que permaneció en él muchos años, en recuerdo del suceso, conociéndose a partir del mismo como “esquina de la muerte”. La idea de Ruiz de Amoraga era «escribir esta página, para que sus habitantes la conozcan y cese la curiosidad de averiguar el origen del nombre de un sitio, acaso el más concurrido de nuestra población y cuando venga un forastero y oiga su extraño nombre, sepamos explicarlo, a la vez que retener en nuestra memoria, un episodio más de la historia de Caravaca». No he podido constatar que este hecho sucediera en la realidad ya que no he encontrado ningún documento al respecto, ni siquiera la anotación de su entierro en los registros parroquiales a pesar de su autor manifieste su conocimiento por que le fuera contado por «una persona de mi mayor intimidad, de la familia». Sea como fuere, el caso es que por el suceso anterior se advierte que el atribuirle a él el origen del nombre es erróneo ya que con anterioridad a este segundo asesinato ya se conocía como tal. Existe también otra leyenda que fija el posible origen de la denominación en un episodio sucedido en época medieval en el que un grupo de soldados encontraron la muerte en ese lugar cuando buscaban refugio tras las murallas que rodeaban la ciudad. De este último no existe tampoco ninguna constancia documental por lo que creo que también es incorrecto y que el verdadero origen está en la enigmática figura renacentista de una arpía esculpida en la esquina de la iglesia parroquial.

Como decía al principio, el primer caso narrado no es único ni excepcional, la navidad es una época de ánimos exaltados que mezclados con alcohol pueden producir fatales consecuencias a la menor ocurrencia. En este sentido, además del citado, podemos recordar, entre otros, uno del que ya di noticia en otra ocasión anterior; me refiero al que tuvo lugar el 25 de diciembre de 1901 en una casa de la calle Ramblica donde se habían reunido varios vecinos para jugar a las cartas produciéndose una reyerta entre varios de ellos durante la cual fue apuñalado y muertoJuan López González alias “el Cuco”, hecho por el que fueron detenidas once personas.

 

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