Ya en la calle el nº 1039

20 de Diciembre de 1849: Ejecución de Fernando Calzada

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García/Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz

La aplicación de la pena de muerte, salvo en contadas y cortas ocasiones, ha sido una práctica habitual en España hasta la última restauración de la democracia. En Caravaca, a lo largo de su historia, han tenido lugar varias ejecuciones; en esta ocasión vamos a narrar una de las más célebres, la de Francisco Fernando Calzada, alias El Calzá, que se produjo el 20 de diciembre de 1849.

La primera vez que tuve noticia de este suceso fue a través de la lectura de un libro inédito por Manuel Guerrero Torres sobre la historia de Caravaca que no ha sido publicado nunca, pero cuyo contenido conozco gracias a la transcripción que de él hizo Juan Manuel Villanueva. Algún tiempo después Alfonso Pozo Martínez me mostró la partida de defunción del referido Fernando Calzada, que se conserva en el Archivo de la Parroquia de El Salvador y que resulta muy llamativa pues el sacerdote encargado de redactarla tuvo la extravagante idea de ilustrarla con un dibujo representando el momento de la ejecución. Todo esto hizo que creciera mi interés por conocer las circunstancias de este asunto ya que en el Archivo Municipal de Caravaca no existe ningún documento al respecto. Sin embargo, buscando en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, tuve la suerte de encontrar algunos periódicos (El Observador, El Clamor Público y La España) que relataban tanto el suceso que dio origen a este caso como la noticia del cumplimiento de la sentencia.

La historia comenzó el viernes 23 de junio de 1848, día siguiente a la celebración del Corpus, en el matadero municipal de Caravaca, que en esa época se encontraba junto al barranco de San Jerónimo, en las inmediaciones del Puente Uribe y del porche de las monjas claras, siendo sus protagonistas dos familias de cortadores de carne, los hermanos Fernando y Blas Calzada, por una parte, e Isidro Andréu y sus hijos Esteban y José, por la otra. En la mañana de ese día se produjo una fuerte discusión entre ambos grupos sobre a quien le correspondía escoger la primera res, para intentar resolver el asunto Isidro Andréu pidió a su hijo Estaban que fuese a buscar al alcalde para informarle de lo que estaba sucediendo. Tras marcharse, los hermanos Calzada salieron del recinto del matadero, por lo que los Andréu sospechando que algo malo podía suceder los siguieron. Volvieron a encontrarse todos en la puerta del matadero, apareciendo también el padre de los Calzada, Mateo, y se volvió a reproducir la discusión intentando ahora impedir que Esteban Andréu avisase al alcalde; como este no hizo caso y pretendía seguir su camino, Blas Calzada le dio una bofetada. Comenzó entonces una pelea, en la que los Calzada fueron auxiliados por un familiar suyo llamado Blas Pagán y también por uno de sus criados de nombre Fernando Egea, que se encontraban en los alrededores. En el transcurso de la trifulca, los Calzada sacaron las navajas que llevaban y «acometieron a los tres Andreus dándoles puñaladas en todas direcciones; y el resultado fue quedar muertos en el acto el Isidro con seis heridas todas mortales, y su hijo fue con una degolladura pasmosa que recibió del Fernando Calzada, hallándose el tierno joven apoyado en la puerta del matadero. Padre e hijo quedaron tendidos en una misma dirección, distantes media vara el uno del otro, y la sangre de ambos mezclada formaba un río. El Esteban, acto seguido de la bofetada, recibió entre otras una herida tan atroz que atravesándole desde el vientre hasta el costado izquierdo, rompiéndole los intestinos y el bazo, le causó la muerte a las 32 horas»; por el contrario, los Calzadas resultaron ilesos, salvo uno de ellos que recibió una herida leve en la cabeza.

La noticia de los horribles asesinatos se extendió rápidamente por toda la población, entre la que los Calzada gozaban de muy mala reputación ya que a Mateo, el padre, se le atribuía la muerte de su hermano, Fernando había salido de la cárcel hacía tan solo un mes y medio tras cumplir condena por robo y muerte y el pequeño Blas, de tan solo 18 años, había protagonizado numerosas riñas y fechorías. Parece ser que algunos de los criminales fueron detenidos y otros huyeron, aunque fueron apresados poco después. El día 25 se produjo la captura de Blas y cuando era conducido a la cárcel hubo un intento de lincharlo que fue impedido por el fiscal, que lo protegió con su propio cuerpo. Las partidas de función aportan algunos datos sobre las víctimas: Isidro Andréu, de 45 años, casado y padre de cinco hijos además de los dos asesinados, y José Andréu, de 17 soltero, murieron en el acto, mientras que Esteban Andréu, de 21 años y de profesión soldado, lo hizo al día siguiente; realizándoseles a los tres cuerpos la autopsia en la sala destinada a tal efecto en el cementerio de nuestra localidad.

Desconozco la suerte que siguieron los otros criminales, pero Fernando fue juzgado por la audiencia territorial y condenado a la pena de muerte mediante garrote vil, siendo ejecutado en Caravaca 18 meses mas tarde, el jueves 20 de diciembre de 1849. En el tiempo que permaneció en la cárcel dio amplias muestras de arrepentimiento, logrando despertar la compasión de sus vecinos: «La resignación de este joven muchos días antes de tan amargo trance, su arrepentimiento visible, los ejercicios cristianos que durante los días de la capilla y los anteriores ha practicado sin interrupción, ha conmovido tanto a estos habitantes, que puede decirse sin temor a equivocarse, que el sentimiento que esta población ha manifestado a su favor, solo puede igualarse al movimiento de indignación que se apoderó de ella el día 23 de junio, en el cual se cometieron los asesinatos. Con un valor que solo puede prestar el convencimiento, ha permanecido en la capilla, y con el mismo y sin afectación de ningún género ha marchado y llegado al sitio fatal, entregado a los dignísimos eclesiásticos que no lo han abandonado ni un solo momento». Fernando Calzada fue conducido montado en un asno hasta el patíbulo instalado en la era del cementerio viejo, donde fue ejecutado. Su partida de defunción especifica que murió a los 31 años de edad «ajusticiado con la pena ordinaria de garrote».

La historia de Fernando Calzada, sus crímenes y ejecución, caló tanto entre los caravaqueños que permaneció en la memoria colectiva de la ciudad durante muchos años, prueba de ello es su inclusión casi un siglo mas tarde en el referido manuscrito de Manuel Guerrero Torres, aunque evidentemente el tiempo transcurrido desde que tuvo lugar había producido algunas alteraciones en la misma, ya que introduce una anécdota que no refiere la prensa y fecha el caso medio siglo antes, atribuyendo a Calzada una víctima menos, pasando asimismo de ser ejecutado a garrote a ser ahorcado. En este sentido podemos recordar que Fernando VII mediante Real Decreto de 24 de abril de 1832 abolió la horca ordenando que a partir de entonces se ejecutase a los condenados con el garrote, justificando este cambio en derechos humanitarios: «Deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital, y que el suplicio en que los reos expían sus delitos no les irrogue infamia cuando por ellos no la mereciesen, he querido señalar con este beneficio la gran memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa, y vengo a abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca; mandando que adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano; en garrote vil la que castigue delitos infamantes sin distinción de clase; y que subsista, según las leyes vigentes, el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo».

El relato de Manuel Guerrero Torres es el siguiente: «A principios del siglo XIX, estando el matadero en un huerto que hay junto al Puente Uribe y el llamado Porche, un carnicero valentón, conocido por El Calzá (Calzada), se peleó y mató a un padre y a un hijo, también carniceros, y apodados los Valientes. El Calzá, por esto y los malos antecedentes que tenía, fue condenado a la horca, que la levantaron en la era del Cementerio Viejo. En un borrico montado llevaban al reo a que se ejecutara en él la pena que le habían impuesto los tribunales. Al llegar a la Calle Larga, en el sitio en donde después pusieron la fuente pública, hizo el reo que se parara la comitiva y allí rezaran un Padrenuestro por el alma de otro que en aquel sitio había matado antes y cuya muerte se ignoraba.».

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