Ya en la calle el nº 1037

20 de agosto y 2 de septiembre de 1538: Toros y moros. Celebración de la Paz de Niza

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Francisco Fernández García/(Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

En las primeras décadas del siglo XVI Caravaca era una dinámica villa del interior del Reino de Murcia, con una intensa y creciente actividad económica basada en el desarrollo e incremento de los recursos agropecuarios, situación que generó un enorme aumento de la población, con la llegada incesante de nuevos pobladores atraídos por las posibilidades que ofrecía, produciéndose el consiguiente desarrollo y ampliación del espacio urbano, sucediéndose infinidad de obras, tanto civiles como religiosas y sobre todo particulares. En el Censo de población de la Corona de Castilla realizado el año 1533 aparece así reseñada: «La villa de Carabaca, ques de la horden de Santiago, encomienda del marques de los Velez, tiene ochoçientos y veynte vezinos pecheros, en los quales ay munchos rricos y la maior parte del pueblo tiene razonablemente de comer, avnque tanbien ay algunos jornaleros y algunos pobres. Tienen munchos ganados y muy buenos terminos para ellos y tienen muy buena huerta de moreras y frutas donde cogen razonable cantidad de pan».  El número total de población era sensiblemente mayor, ya que no se incluyen hidalgos y  religiosos.

Un buen día del verano de 1538 llegó la noticia de que el emperador Carlos regresaba a España tras haber firmado un tratado de paz con el rey Francisco I de Francia, que establecía una tregua de diez años entre ambos reinos. La noticia se recibió en Caravaca con gran satisfacción y júbilo ya que la población se encontraba extenuada con tanta contribución y servicio, por lo que se estimó que sería conveniente celebrar las buena nueva con «alegrias», por ser todo de «gran provecho e utilidad destos reinos».

El 15 de agosto, bajo la presidencia del alcalde mayor Licenciado Espino, se reunió el concejo de Caravaca para tratar este asunto, decidiendo elaborar un completo programa de actos, tanto civiles como religiosos, que tendría lugar los días 18 y 19 de dicho mes y que sería pregonado en diversos lugares de la población para que fuera conocido por los vecinos. Los festejos se programaron de la forma siguiente: el sábado 19 juegos de toros, cañas y alcancías y el domingo 20 por la mañana procesión general recorriendo toda la población y por la tarde fiesta de moros y cristianos. Para asegurar la participación de los vecinos en los diferentes actos proyectados, se decretó la asistencia forzosa de todas las cofradías con su cera correspondiente a la procesión bajo pena de un real a cada cofrade que no estuviese presente y también la participación obligatoria en los juegos de cañas y alcancías de todos aquellos que tuviesen caballos con multa de seis maravedíes a quienes así no lo hicieren, salvo que dejasen su caballo para que pudiese ser utilizado por otra persona. Asimismo, el concejo ordenó a los vecinos que barriesen y tuviesen limpias las calles y colocasen luminarias en las puertas de sus casas la noche del sábado, castigando con una multa de tres reales a quienes así no lo hicieran. En todos los casos el importe de las multas se destinaba a sufragar los gastos de la celebración.

En esta época había dos tipos de fiestas denominadas de moros y cristianos, una en la que los participantes lo hacían montados a caballo y cuyo desarrollo era similar a los juegos de cañas y otra, de marcado carácter teatral ya que se trataba de una representación en la que las tropas cristianas vencían a las musulmanas constituyendo el combate entre ambos «ejércitos» el momento culminante de la misma. Los documentos que nos dan testimonio de esta celebración no aclaran su modalidad, aunque el término usado, «escaramuça de moros e cristianos», hace suponer que se trató del segundo de los enunciados. Tampoco suministran los documentos información sobre quienes fueron los participantes, tan solo que fueron gratificados con la comida de ese día. Para todo lo relativo a la organización de este festejo el concejo comisionó a los regidores Francisco López, Alonso de Reina y Alonso de Robles detallando que «tengan cargo de proveer la jente que a de ser moros y cristianos y que a los que en ello entendieren se les de aquel dia de comer».

En cuanto a los juegos de toros, estos se dividieron de dos partes. Primeramente dos toros para que fueran corridos y matados, comprados por el concejo y con la estricta disposición de que se vendiera su carne en la carnicería a un precio mediante el cual se pudiera recuperar lo que se había gastado en su compra. En segundo lugar se correrían cuantos novillos pudiesen recogerse entre los existentes en la población, prohibiendo en este caso el uso de garrochas y cualquier daño que se les pudiese infringir a los animales para que, concluido el festejo, se pudiesen devolver a sus propietarios sin causar gasto alguno. El concejo facultó también a los comisarios encargados del espectáculo para que pudiesen utilizar los bueyes que considerasen necesarios para traer los toros, estando obligados sus dueños a cederlos para tal fin.

Al contrario que los anteriores, este festejo no pudo realizarse en la fecha señalada ya que los toros se escaparon de los corrales debido a un descuido de la persona encargada de su vigilancia, por lo que el concejo caravaqueño se vio en la necesidad el 20 de agosto de reunirse nuevamente para dar noticia de lo sucedido y señalar nueva fecha de celebración, que quedó finalmente fijada para el sábado 2 de septiembre, aprovechando la ocasión para aumentar a tres el número de toros. Como los juegos de cañas y alcancías estaban dispuestos para realizarse conjuntamente con el de toros fueron también suspendidos en su fecha original celebrándose también el 2 de septiembre.

Analizada desde el presente, esta documentación adquiere una singular importancia ya que se trata, por una parte, del juego de toros mas antiguo realizado en Caravaca que conocemos y, por otra, del primer antecedente de la celebración de fiestas de moros y cristianos en nuestra ciudad, aunque sin relación con la Vera Cruz ni con asunto religioso alguno ya que lo que se conmemoró fue un suceso político; tendrían que transcurrir todavía tres siglos para que este festejo tuviera continuidad al incluirse en el programa oficial de las fiestas en honor de la Stma. y Vera Cruz, adquiriendo con ello importancia y popularidad.

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