Ya en la calle el nº 1037

1616, La festividad de San Blas

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Francisco Fernández García
Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz

El próximo 4 de febrero se celebra la festividad de San Blas, mártir de origen armenio del siglo IV, que en otras épocas suscitó gran devoción entre los pobladores de nuestra ciudad, hasta el punto que hace casi cuatro siglos, en 1616, el concejo de la villa la elevó a categoría de festiva, con el mismo tratamiento que el resto de las consideradas mayores, ordenando su celebración todos los años a partir de entonces.

San Blas de Sebáste, llamado así por haber sido obispo de ese lugar de Armenia, fue considerado abogado de los enfermos de garganta, lo que hizo que su devoción se extendiese rápidamente desde oriente a occidente. Este carácter protector fue precisamente el motivo que se oficializase su festividad en nuestra población, adoptándose el acuerdo el 2 de febrero de 1614: «esta villa mobida con sancto celo de onrrar a dios en sus santos a acordado con mucha deliberación y acuerdo quel dia de la festividad del glorioso martir se guarde y çelebre con mucha solenidad como los demas dias festibos», correspondiendo de este modo el gobierno municipal a la protección y ayuda que el santo había proporcionado en varias ocasiones a los vecinos y moradores, contentando al tiempo las demandas de sus numerosos devotos: «Dixeron questa dicha villa tiene particular devocion y afecto al glorioso obispo y martir san blas porque por su intercesión y medio dios nuestro señor a usado de muchas misericordias con ella especialmente con los niños y gente joben librandolos de muchas enfermedades desde garrote y apostemas y otras que se causan en las gargantas». Aunque la disposición tenía carácter oficial, para solemnizar aún más la ocasión se comisionó al regidor don Pedro Múñoz de Otálora para que escribiese al Obispo trasladándole el contenido del decreto para que «lo confirme y apruebe»; mientras tanto, dada la proximidad de la festividad para la que tan solo faltaban 2 días, ordenaron «se pregone este decreto y acuerdo para que todos lo guarden y que la dicha festividad se guarde perpetuamente para siempre jamas».
La devoción a San Blas fue en aumento, de modo que en 1617 se fundó una cofradía bajo dicha advocación con «Real consentimiento» y con el privilegio de rendir cuentas únicamente a la Orden de Santiago y sus visitadores. En diversas ocasiones tanto el Obispado de Cartagena como el propio Vicario de Caravaca, intentaron «tomar quentas a los mayordomos», pero la cofradía siempre se mantuvo firme en el uso de sus privilegios, presentando las oportunas reclamaciones en el Real Consejo de Ordenes, que ratificó sus prerrogativas otorgándole nuevas provisiones para ello.
La cofradía tenía carácter asistencial y se financiaba con las limosnas que el mayordomo pedía los domingos por la mañana por toda la villa y con las mandas testamentarias que les otorgaban algunos devotos; los cofrades solo estaban obligados a entregar «una libra de zera siendo seculares, y si son presbiteros dos», que se utilizaban en la festividad del santo o en los entierros de los cofrades, ya que figuraba entre sus preceptos «acompañar con seis blandones a los cofrades difuntos, y con quatro a sus hixos». Solamente se reunían en cabildo general una vez al año, teniendo lugar el domingo siguiente a su festividad; durante el mismo, además de tratar asuntos de su interés, se elegía al mayordomo, que era el encargado de custodiar el patrimonio y administrar los fondos económicos. En 1716 obtuvieron un gran reconocimiento al serle concedida por el Papa Benedicto XIV una Bula de Jubileo, comenzando a partir de mediados de este siglo a denominarse como Venerable Cofradía de San Blas.
Su actividad principal consistía, además de las mencionadas labores asistenciales, en la conmemoración de su festividad, que tenía lugar, como ya se ha dicho, el 4 de febrero. Se trataba de una celebración fundamentalmente religiosa, con la particularidad de que se repartía entre los asistentes a la misa una torta de un particular tipo de pan, al igual que sucede en otras festividades, como San Antón, etc. Para darle mayor aliciente, en ocasiones, se incluía algún que otro regocijo, como se refleja en la reseña de gastos correspondiente al año 1771, en la que aparecen también los originados por la participación de la imagen de San Blas en la procesión del Corpus Christi: «En la fiesta que se hace a dicho Santo, en su dia, en misa mayor, sermon, zera, musica y una corta fiesta de polvora y pan bendito que se reparte, como tambien algun gasto que se ofrece para los que acompañan a dicho Santo en la procesion del Dia del Corpus». A partir de principios del siglo XIX la cofradía comenzó a organizar una novena en honor a su patrón, advirtiéndose a los mayordomos «que en el año que le corresponda han de tener la obligación de celebrar novenas a nuestro santo patron para por este medio avivar mas su devocion».
En 1759 el presbítero don Bartolomé Rodríguez, destinado muchos años en Caravaca, falleció en Granada dejando en su testamento una reliquia del santo a la cofradía de caravaqueña. Al conocer la existencia de esta disposición, se comisionó a los presbíteros don José Morote y don Mateo González, para que hiciesen las diligencias necesarias para traerla a nuestra población, ya que estaba en poder de don Bartolomé Sánchez Torrecilla, también presbítero y sobrino del fallecido. Algún problema debió surgir, pues hasta 8 años más tarde no se hizo efectiva la entrega, dando cuenta de ello el mayordomo don Bartolomé Rodríguez en el cabildo general celebrado el 7 de febrero de 1768, determinándose que se custodiase «en el Sagrario que hay en el altar de dicho Santo, que tendra dos llaves», una en poder del capellán y otra en el del mayordomo.
La cofradía de San Blas de Caravaca no tuvo nunca ermita propia, por lo que estableció su sede en la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad, quedando a su cargo el costear tanto la imagen del santo como el retablo donde estaba colocada. En 1762 el mayordomo don Francisco García Palomares se ofreció a sufragar una nueva imagen, con la condición de que se le entregara la existente y las limosnas que se habían reunido para dorar el retablo. Aunque la propuesta fue aceptada, no se llevó a efecto, por lo que al año siguiente, el nuevo mayordomo, don Manuel Revellar, hizo un ofrecimiento similar, pidiendo a cambio solamente la entrega de la antigua imagen. Si esta nueva escultura llegó a realizarse, debió de ser de poca calidad, puesto que 20 años más tarde se acordaba la fabricación de una nueva, al considerar que la que había «se halla con algunas imperfecciones en su efigie por el artífice que la ejecuto y carecer por ello de alguna devocion en los fieles, como tambien ser pequeño para el nicho en que se halla colocado». El acuerdo se adoptó en el cabildo general de 1782, conviniendo la venta de la imagen antigua «en esta villa o fuera de ella» para contribuir a los gastos. Finalmente fue vendida a unos vecinos de Bullas, que pagaron por ella 550 reales. La nueva escultura fue entregada al año siguiente, 1783, reseñándose de este modo en el acta del cabildo general de ese año: «se halla a la vista de esta venerable cofradía, habiendose fabricado, con el mayor primor, por Marcos de Laborda, maestro estatuario, natural de esta villa».
Con el cierre de la ermita de Nª. Sª. de la Soledad, la cofradía se trasladó a la parroquial de El Salvador, apareciendo consignado el retablo en el inventario general de dicho templo realizado el año 1877: «Otro retablo de madera, dorado y pintado. {de S. Blas}». No ocurre lo mismo con la imagen, que no se incluye en el mismo; no obstante, acabó siendo trasladada a la parroquial, ya que aparece consignada en la Causa General como una de las imágenes de este templo destruidas durante la Guerra Civil, siendo valorada en 5.000 pesetas.
La festividad de San Blas se celebró durante varios siglos, alcanzando gran popularidad en los primeros años del siglo XX, gracias a la programación de diversos festejos y diversiones. De todo ello trataremos la próxima semana.

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